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Pudiera ser que esta pequeña historia te resultara familiar:
<< Un granjero vivía en una pequeña y pobre aldea. Sus vecinos le consideraban afortunado porque tenía un caballo con el que podía arar su campo. Un día el caballo se escapó a las montañas. Al enterarse los vecinos acudieron a consolar al granjero por su pérdida. “Qué mala suerte”, le decían. El granjero les respondía: “mala suerte, buena suerte, quién sabe”.
Unos días más tarde el caballo regresó trayendo consigo varios caballos salvajes. Los vecinos fueron a casa del granjero, esta vez a felicitarle por su buena suerte. “Buena suerte, mala suerte, quién sabe”, contestó el granjero.
El hijo del granjero intentó domar a uno de los caballos salvajes pero se cayó y se rompió una pierna. Otra vez, los vecinos se lamentaban de la mala suerte del granjero y otra vez el anciano granjero les contestó: “Buena suerte, mala suerte, quién sabe”.
Días más tarde, aparecieron en el pueblo los oficiales de reclutamiento para llevarse a los jóvenes al ejército. El hijo del granjero fue rechazado por tener la pierna rota. Los aldeanos, ¡cómo no!, comentaban la buena suerte del granjero y, cómo no, el granjero les dijo: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”... >>
... Y se podría continuar hasta el infinito. Pragmatismo y sabiduría de vida: Este cuentecillo, de origen chino, invita a desprender la mirada del impacto emocional de lo inmediato y relativizar ese acontecer que, sólo desde la perspectiva del tiempo, podrá valorarse con criterio.
La vida cambia. Si la dejamos fluir en libertad, agradeciendo y potenciando constructivamente lo bueno que tenemos, nos llevará siempre al mejor puerto.
En toda vida humana es normal el claroscuro, esa mezcla o alternancia de luz y sombra en el paisaje de la vida. Por lo que asumir esta realidad con un corazón pacificado educa en la ecuanimidad, enseña a crecer y madurar.
Hay que estar atentos porque, cuando no sabemos desprendernos de lo inmediato, ni tener en cuenta el natural discurrir del cambio, pueden generarse "zonas de confort", tanto "positivas" (en apariencia), como negativas. Estas últimas (incómodas, amargas y estresantes) atrapan igualmente a muchos que, paradójicamente, no hacen nada para salir de ellas. He conocido personas en busca de tratamiento para su depresión que, en el fondo, se negaban a salir de ella, acomodados en el "arrullo" de su propio dolor.
El vivir despiertos, con mente ágil y abierta a una vida siempre fluyente y maestra, manteniendo hábitos higiénicos saludables (físicos, mentales y espirituales), es la mejor manera de no dejarse atrapar en climas episódicos, coyunturales, que roban valiosas energías. Se trata de buscar la vida verdadera más allá del azaroso acontecer cotidiano y alimentar la gratitud hacia lo que sí tenemos, motor de la mejor esperanza.