martes, 6 de marzo de 2018

HERIDAS


 La vida nos trabaja y a menudo nos hiere: en la confluencia de la propia individualidad  con su entorno de relaciones,  convivencia y avatares de la vida, puede suceder de todo,  y a menudo ese "todo"  nos araña  y desgarra dolorosamente el ser.  
Nadie  escapa a esta acción purificadora que, en definitiva,  es la que nos hace crecer y madurar en la vida. 

Su objetivo es hacernos mejores personas:  más sabias, sencillas y humildes, más confiadas;  más comprensivas, empáticas con el sufrimiento ajeno,  convivibles y fraternas.  Es  la finalidad  propositiva de todo acontecer en la vida, que ilumina la subyacencia  Inteligente y su Trascendencia amorosa, al corazón que no se cierra y  abre la Mirada. 

Ahora bien,  el ser humano es  frágil  y aunque la capacidad de afrontamiento (o resiliencia) es un potencial humano más o menos desarrollado en las personas, se necesita entrenamiento y  mentalización. Hay que disponer de razones y argumentos que hagan falta en momentos delicados para conseguir en la vida que todo acontecer sea siempre ladrillo y construcción,  nunca destrozo o aniquilamiento.  Concepción Arenal decía sabiamente que "el dolor,  cuando no se convierte en verdugo,  es un gran maestro"  
  

Hay que diferenciar  dolor y sufrimiento.    "El dolor es inevitable,  pero el sufrimiento,  opcional",  aseguraba Buda tras muchos años de meditación. 

Porque el dolor acompañará siempre nuestra vida; es genuino,  natural,  detectado por nuestro ser finito y contingente en su precariedad. Para todo organismo biológico resulta estresante  el hecho de  abrirse a la vida en un mundo difícil y hostil; tener que  aprender,  equivocarse,  fracasar...  Normalmente,  el dolor se asocia con la pérdida y el duelo,  se expresa como tristeza o rabia  y es  corto si el procesamiento mental y emocional resultan adecuados.  Es  señal  adaptativa  que avisa  de  algo que  no funciona y no va bien,  llamando a revisión e impulsando a gestionar adecuadamente la realidad que nos daña.  Lo saludable es aceptar,  integrarlo en la vida como algo natural, inherente a ella.  El decir a la vida,  implica aceptación   (de lo que gusta y lo que no),  sabiendo que asumir plenamente la vida es aprendizaje,  crecimiento y  bagaje  de  sabiduría. 

Sin embargo,  cuando el ser humano niega el dolor,  genera sufrimiento y lo perpetúa.
 Sufrir (sub,  bajo;  ferre,  llevar algo,  cargar)  es ese añadido desviado y  subjetivo, con grandes componentes de ansiedad  (con intensidad y matices diversos  según la persona),  que crece como bola de nieve al dar vueltas a las cosas,  rumiarlas sin control,  victimizarse y culpar siempre al entorno (situaciones, personas o cosas) de nuestra desgracia.    A menudo  se enquista y acaba configurando una postura personal,  una manera equivocada de afrontar la vida, cognitiva y emocionalmente:  la persona que se cierra  para evitar el dolor reaccionando amargamente y  luchando  contra él,  en lugar de hacerlo remitir  lo  fortalece camuflado bajo el "cálido" y amargo manto del sufrir.  El sufrimiento es una jaula,  trasunto de una peligrosa y paradójica "zona de confort", que  se sostiene por la conmiseración,  el arrullamiento del propio victimismo y la culpa,  y una justificación cómoda para la no actuación.  (Bert Hellinger decía que "sufrir es más fácil que actuar")
Creyendo que no depende de nosotros, el sufrir nos arropa y se cronifica entrañado.   Cuando concienciamos que no es la culpa,  sino la responsabilidad quien nos salva y nos libera, la  trampa se desbarata y la jaula abre la puerta de la acción oportuna.

La restauración comienza en el punto mismo donde se desvió:    en lugar de evitar el dolor,  hay que abrirse a él,  asumirlo como parte integrante de la vida.  Por eso,  hay que huir de  tanto ruido mental,  ese alboroto interior   lleno de mensajes internos dañinos hacia uno mismo y hacia los demás:  juicios, reproches, rencor...  agotamiento en el esfuerzo de querer cambiar lo que pasó y es imposible modificar. 

La humildad de aceptarlo nos libera; nos hace sabios, pacientes, fuertes, humildes y esperanzados.