domingo, 27 de enero de 2019

GESTIONAR BIEN LAS EMOCIONES (I)





Conocemos las emociones, las sentimos,  pero muy a menudo no somos suficientemente conscientes de ellas.  
Se producen,  como una chispa,  en la interacción de los pensamientos (suscitados por cualquier estímulo del medio o del recuerdo)  con sensaciones fisiológicas concomitantes  (frecuencia cardíaca, tensión arterial, redistribución sanguínea...).  Una bonita sorpresa suele dar alegría  o  el recuerdo de un suceso negativo generar tristeza o miedo.  El  pensamiento de la situación que fue,  es o llegará  suscita de manera automática reacciones fisiológicas de placer o aversión,  según la huella que nos produzca,  generando  emociones,  que reconocemos como tal.

Sabemos que hay 6 emociones básicas  (alegría, tristeza, miedo, asco ira, sorpresa)  y una constelación de emociones complejas que mezclan matices de unas y otras.    

Todas las emociones, en su justa medida,  son muy valiosas,  sociobiológicamente adaptativas,  es decir,  regulan la interacción del ser humano con su entorno,  gracias a la energía gratificante y festiva de todo acontecer positivo  (generando endorfinas,  hormonas del bienestar),  energía defensiva que preserva del  peligro  o inhibición energética,  como en la tristeza,   para interiorizar y reflexionar sobre lo que conviene hacer para salir de una situación indeseada.  Aquí el organismo economiza energías externas  hasta hallar  nuevas actitudes y  vías de acción.     

Son también valiosas también porque  permiten conocernos mejor a nosotros mismos,  nuestras necesidades y carencias, lo cual será imprescindible para  poder comprender a los demás, empatizar con ellos.                                                                                            
La Inteligencia emocional es una habilidad muy apreciada que, según John Mayer  tiene habilidades en cuatro áreas: identificar emociones, usar emociones, entender emociones y regular emociones.  

 Y su aprendizaje se hace siempre posible y necesario,  gracias a la maravillosa  neuroplasticidad cerebral humana  que permite,  hasta el final de la vida,  nuevas conexiones de aprendizaje y  conocimiento.  

Una de las enseñanzas más útiles y  apreciadas  consiste en saber detectar los pensamientos tóxicos y sustituirlos por pensamientos saludables,  constructivos.    Cuando dejamos que  el nivel cognitivo racional consciente  lleve la batuta (normalmente ocurre  cuando hacemos consciente lo automático e inconsciente),  promoviendo  un pensamiento reflexivo de calidad,  el control de las emociones está asegurado.    Será siempre  la mejor manera de gestionarlas fundamental  en nuestra existencia  para una buena calidad de vida personal y profesional.  

Para reconocer las propias emociones,  hay que saber estar atentos a nosotros mismos, a los propios sentimientos,  y saber etiquetar lo que se siente (a menudo es una extraña mezcla de emociones básicas).   Hay que poder nombrarlas con toda sinceridad.        



Una vez identificadas,  ya podrás tomar decisiones con respecto a ellas.    Las positivas nos dinamizan.  Las que decimos "negativas" (ira, miedo, ansiedad...)  vale la pena replantearlas en la conciencia,  analizando  la utilidad de su gasto energético:  bien para modularlas,  bien para dejarlas pasar  por falta de beneficio.