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Conocemos las emociones, las sentimos, pero muy a menudo no somos suficientemente conscientes de ellas.
Se producen, como una chispa, en la interacción de los pensamientos (suscitados por cualquier estímulo del medio o del recuerdo) con sensaciones fisiológicas concomitantes (frecuencia cardíaca, tensión arterial, redistribución sanguínea...). Una bonita sorpresa suele dar alegría o el recuerdo de un suceso negativo generar tristeza o miedo. El pensamiento de la situación que fue, es o llegará suscita de manera automática reacciones fisiológicas de placer o aversión, según la huella que nos produzca, generando emociones, que reconocemos como tal.
Sabemos que hay 6 emociones básicas (alegría, tristeza, miedo, asco ira, sorpresa) y una constelación de emociones complejas que mezclan matices de unas y otras.
Todas las emociones, en su justa medida, son muy valiosas, sociobiológicamente adaptativas, es decir, regulan la interacción del ser humano con su entorno, gracias a la energía gratificante y festiva de todo acontecer positivo (generando endorfinas, hormonas del bienestar), energía defensiva que preserva del peligro o inhibición energética, como en la tristeza, para interiorizar y reflexionar sobre lo que conviene hacer para salir de una situación indeseada. Aquí el organismo economiza energías externas hasta hallar nuevas actitudes y vías de acción.
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La Inteligencia emocional es una habilidad muy apreciada que, según John Mayer tiene habilidades en cuatro áreas: identificar emociones, usar emociones, entender emociones y regular emociones.
Y su aprendizaje se hace siempre posible y necesario, gracias a la maravillosa neuroplasticidad cerebral humana que permite, hasta el final de la vida, nuevas conexiones de aprendizaje y conocimiento.
Una de las enseñanzas más útiles y apreciadas consiste en saber detectar los pensamientos tóxicos y sustituirlos por pensamientos saludables, constructivos. Cuando dejamos que el nivel cognitivo racional consciente lleve la batuta (normalmente ocurre cuando hacemos consciente lo automático e inconsciente), promoviendo un pensamiento reflexivo de calidad, el control de las emociones está asegurado. Será siempre la mejor manera de gestionarlas, fundamental en nuestra existencia para una buena calidad de vida personal y profesional.
Para reconocer las propias emociones, hay que saber estar atentos a nosotros mismos, a los propios sentimientos, y saber etiquetar lo que se siente (a menudo es una extraña mezcla de emociones básicas). Hay que poder nombrarlas con toda sinceridad.
Una vez identificadas, ya podrás tomar decisiones con respecto a ellas. Las positivas nos dinamizan. Las que decimos "negativas" (ira, miedo, ansiedad...) vale la pena replantearlas en la conciencia, analizando la utilidad de su gasto energético: bien para modularlas, bien para dejarlas pasar por falta de beneficio.