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Pero el temor aquí supone una emoción desviada, que impide desplegar el amor, profundizarlo y conocerlo de cerca. Para que fructifique hay que amar el amor, confiar en él. Vale la pena el riesgo, aprenderás mucho (del ser humano, de la vida) y crecerás como persona.
Hablamos de todo amor: pareja, amistad, filiación, fraternidad, caridad...
En el amor de pareja puede ocurrir también que, sin ir suficientemente a fondo, confundamos enamoramiento con amor:
El amor pide salir de uno mismo y el enamoramiento facilita e impulsa esta salida de sí hacia el otro amado. Si el movimiento es correcto, la persona, sin proponérselo expresamente, aprende a dar lo mejor de sí. El que se siente amado, si le complace, se mostrará receptivo para recibir el amor y saldrá de sí para amar a su vez.
Aprenderán ambos a ampliar la propia perspectiva con la perspectiva del otro, creciendo y enriqueciéndose mutuamente.
El amor real, ese que que se hace sólido y que dura en las parejas, será justamente lo que queda tras el enamoramiento primero, y se asienta en la confianza, el respeto mutuo, aprecio y valoración; la mutua comprensión, diálogo, empatía, cercanía emocional, cariño, bienestar junto al otro, actividades compartidas.
Si alguna salida de sí hacia otro no fue bien y no halló respuesta justa, el corazón podría replegarse para no resultar herido de nuevo.
Pero la experiencia de amar y sentirse amado resulta indispensable para el ser humano, su desarrollo, maduración, su realización personal. Y su importancia comienza desde su primer respirar en este mundo al nacer, la aceptación o rechazo de sus progenitores o entorno más cercano, el amor recibido en primera infancia. Quien sufre carencia en etapas iniciales, tan vitales, fácilmente tendrá problemas, en su vida adulta, de seguridad en sí mismo, confianza en los demás, relaciones interpersonales y de pareja.
El amor en el ser humano y sus sociedades es el cementante básico que nos mantiene unidos, cercanos, solidarios: sostiene estructuras familiares, grupos de afinidad profunda, solidaridad y, obviamente, parejas que buscan discernir juntos el futuro de sus vidas.
Resulta fácil hablar de amor, pero difícil vivirlo con responsabilidad, fidelidad y compromiso. Y quien lo consigue es grande, porque se sitúa en ese amor sustancial que está mucho más allá del sentimiento y se acerca a la intuición; está más allá del sentir, pero se alimenta de gestos cotidianos con naturalidad perseverante. Supone por ello, más bien, un acto convencido de libertad: quiero amar, como actitud generalizada en la vida.
Esta clase de amor convierte en oro todo lo que toca.