Sabemos que la vida es para todos una botella a medio llenar, una moneda de dos caras... diversas analogías podrían describir la misma realidad. Es decir, no hay felicidad completa, no hay bien ni mal que cien años dure y lo perfecto estable no existe en la tierra. Esto es lo real. Sin embargo, muchas personas, a pesar de los vaivenes de la vida, se autodefinen como felices.
Entonces, si la felicidad no puede supeditarse a lo que acontece, a lo que tengo o dejo de tener, a lo que quiero o dejo de querer... ¿de qué depende? Pues si no puede atribuirse directamente a lo de fuera significa que está supeditada a nosotros mismos, a nuestro grado de aceptación de aquello inevitable que acontece, al reconocimiento, aprecio, valoración y gratitud por lo que sí tenemos.
Pero esta actitud humana positiva, fundamental para una vida plena, motivada y con Sentido, no siempre viene dada. Entonces hay que tomar la decisión de aprenderla, entrenarla y trabajarla.
Si somos personas habituadas a mirar el pasado con dolor o al que nos ofende con rabia, ira o rencor, estaremos muy mal pertrechados para la vida; se nos hará amarga, dura y difícil, alimentando un resentimiento que, lejos de afectar al que nos hiere o de cambiar lo que nos disgusta, nos destruirá. La rumiación, ese dar vueltas y vueltas a pensamientos negativos que acaban obsesionando, son una jaula letal, que nos esclaviza sin salida ni haber resuelto nada (difiere de la reflexión, que tiene como objetivo la solución de problemas).
Los pensamientos negativos son involuntarios (no deben culpabilizarnos), pero lo que más importa es no creerlos, nunca tenerlos por verdaderos. Si les damos alas y los alimentamos, la trampa que nos tienden puede ser mortal.
¿Y cómo se controla esto?
En primer lugar, siendo conscientes de la puerta de entrada de estos sentimientos y emociones negativas: la actividad mental del pensamiento. Pensamientos que se cuelan sin permiso en nuestra mente y nos amargan la vida. Para alejarlos de nosotros, el afrontamiento directo no suele ser eficaz, al contrario, puede hacerlos más obsesivos y recalcitrantes. Es mejor aceptarlos con paz, y luego "invitarlos" a salir de tu vida, de tu mente, procurando distracción con alguna actividad gratificante.
También existen estrategias: imaginar que los escribes en un papel (o hacerlo directamente) y luego lo destruyes. O con la respiración: aspira de tu entorno lo bello y armonioso, lo amable, grato, y espira toda posible negatividad que, fuera de tu mente, se desvanecerá en el éter . Hay que reaccionar con pensamientos positivos, relativizando lo que dice el pensar sombrío, fijándonos en lo que sí tenemos de gratificante en nuestra botella para vencer la fijación que produce la parte vacía.Hay que concederse a sí mismo la posibilidad de error sin torturarse, aceptar en paz que nos podemos equivocar y aprender de la experiencia. Manteniendo la alerta, para volver a repetir la operación en cuanto los malos pensamientos se infiltren de nuevo, intentando provocar el caos y la tormenta del corazón.
Cambiando la forma de pensar, cambiaremos nuestra forma de sentir y nuestra manera de actuar. Por eso importa tanto controlar lo que pensamos, si nos interesa una vida feliz para nosotros y para los que nos rodean.