Si se agota la esperanza, parece que todo se acaba. Porque la esperanza mira hacia delante, confiando del futuro algo mejor que no se tiene ahora y se desea.
Pero muchas personas se sienten incapaces de sostener confiadamente la espera en esta vida, porque, objetivamente, el futuro es siempre incierto y nunca ofrece garantías al 100x100 de lo que vendrá.
Como dicen los sabios maestros orientales, el pasado no existe, porque ya se fue, y el futuro no lo podemos predecir con certeza, porque tampoco existe ahora mismo, con lo cual, solo nos queda el Presente:
“Solo existen dos días en el año en los que no se puede hacer nada. Uno se llama ayer y otro mañana. Por lo tanto hoy es el día ideal para amar, crecer, hacer y principalmente vivir” ( Dalai Lama).
Y esta es la tarea suprema del Mindfulness (atención plena), que se define como prestar atención de manera intencional al momento presente sin juzgar, con curiosidad e interés, en completa aceptación. Es una técnica vinculada al budismo, que lleva años integrándose en Occidente, a nivel terapéutico, como tratamiento demostradamente eficaz contra los estragos físicos y psicológicos que causa el estrés en la vida.
Se trata de hacerse presente al presente, vivir conscientes, saborear a fondo el más pequeño estímulo que nos rodea, agradeciendo el momento, agradeciendo la sensación, agradeciendo la vida.
Darse cuenta, sencillamente, de que estamos vivos. Liberarse de trampas mentales que nos hacen desconectar de nosotros mismos y sufrir con cosas que no podemos cambiar, porque ya ocurrieron o porque no sabemos si o cómo llegarán.
Atentos a lo que nuestros sentidos informan, Sentir la respiración, el aire que nos llena y vigoriza y el que exhalamos, soltando toxinas que nos enturbian. Sentir la calidez o frescura del ambiente, el contacto de la ropa con la piel, la postura de los brazos, piernas... Concienciar con gratitud el milagro de ver o la maravilla de captar sonidos; valorar la increíble sensibilidad humana que capta nuestro entorno, el estremecimiento gozoso de sentir la vida en nosotros. Y agradecer el regalo, no lo demos por hecho, porque muchas personas no pueden disfrutar de una integridad física, con sus capacidades al completo, como la mayoría de nosotros.
Ese estar atentos (sin juicios) al momento que vivimos, dejándolo ser y fluir, nos libera. Nos hace vivir en la verdad de nuestro centro, no a merced de los vaivenes de la vida que tanto nos condicionan: nos roban estabilidad y paz. Cada vez que tomamos contacto con el presente, desde nuestro yo, en ese mismo momento, salimos de una dimensión que nos agobia y descubrimos la verdad más profunda del tiempo: eternidad. Recuperamos el equilibrio interior y aprendemos discernimiento y compasión.
La práctica perseverante de la Atención plena representa el mejor antídoto contra la desesperanza, justamente porque no espera nada, porque se apoya en lo que hay, un presente sin juicios, pero agradecido, una confianza que ofrece la mejor garantía de futuro que existe: un presente, sin juicios, siempre agradecido.