Los demás, seres humanos que nos rodean. Que pueden ser "tús" o "ellos", según interactuemos o no con estas personas. Que vendrían a ser, de alguna manera, como una prolongación de nuestro propio yo, en distintas circunstancias de vida, sociales, culturales...
Los necesitamos para conocernos a nosotros mismos y nos mejoran siempre que les hacemos bien, pero de los cuales hemos de sentirnos libres en el criterio y en el afecto, para poder ser auténticos y vivir felices. La dependencia emocional de su juicio o afección puede esclavizarnos, impedir nuestro crecimiento y no dejarnos madurar.
Hemos de aprender a situarnos ante ellos, de igual a igual, más allá de su condición o situación, en cualquier sentido. Algo humano nos une, lo cual es imposible, al mismo nivel, con ninguna otra criatura viva. No podemos despreciar a nadie ni tampoco endiosar a nadie, son miradas inexactas que proyectan sus propias carencias.
Hay que mantenerse alerta, también, ante apariencias, tan engañosas a veces, que fomentan las redes sociales, lo cual obsesiona a muchos, imponiendo retos frívolos, que desorientan a las personas, despistando su verdadero camino de crecimiento y despertar. No permiten la autenticidad del yo ni generan vínculos sinceros y constructivos, más allá del postureo y ansioso like de los demás.
El ejercicio de descubrir al otro, en el tú a tú, como alguien irrepetible y valioso (sin importar orígenes, condición de vida, nivel social o cultura), es siempre enriquecedor. Hay que superar la mirada prejuiciosa habitual, que clasifica en falso a las personas, y transformarla en mirada limpia, nueva, que intenta buscar y encontrar lo mejor del otro, aquello que aporta y enriquece nuestra vida.
Aunque cueste a veces verlo, siempre está, hay que descubrirlo. Las heridas de la vida pueden entorpecer la mirada, pero una vez sanan, somos capaces de mirar y ver a las personas, incluso las de toda la vida, de una manera nueva.
De todas formas, hasta sentirnos suficientemente fuertes y seguros, es mejor alejarse de personas y vínculos tóxicos, que nos esclavicen, que nos hagan excesivamente dependientes y ahoguen sin sentido el propio yo. Estas personas también nos enseñan, pero se aprende mejor fuera de su alcance. Lo que nos afecta y agrede de ellos no es maldad, sino sus propias inmadureces y heridas, que hay que aprender a gestionar con inteligencia y comprensión, cuando están irremediablemente cerca; pero en lo posible, es preferible situarse lejos de su radio tóxico de acción.
Busca conectar con personas vitamina, esas que sacan lo mejor de nosotros mismos, que suman lo suyo a lo nuestro, que nos aportan y les podemos aportar, que no nos disminuyen ni se disminuyen. Un arte y un reto relacional, amistoso y afectivo, a plantearse en la vida.
Todo buen ejercicio relacional nos hace crecer como personas y como sociedad.