El miedo es emoción básica y adaptativa. Y decimos adaptativa, porque ayuda la supervivencia: en el reino animal, predispone para la lucha o la huida según las circunstancias y las condiciones. Supone la reacción del cuerpo y la mente ante una situación que se percibe como peligrosa o amenazante, generando sentimientos indeterminados de temor con correlatos de ansiedad. De esta manera, como emoción, el miedo activa conductas acordes de defensa y autoprotección.
Si lo tenemos como maestro y amigo, nos llevaremos mejor con él, porque nos enseña sobre nosotros mismos y sobre la realidad, nos impulsa a valorar con inteligencia y prudencia nuestros recursos ante las incertidumbres que nos cercan.
No hay que tener miedo al miedo, Con lo cual, evitarlo no es la solución. Hay que aprender a afrontarlo con inteligencia y entereza, tomando las decisiones oportunas.
Pero ocurre también que, a lo largo de la vida, por condicionamientos diversos, aprendemos a tener miedos sin razón, a anticipar emociones infundadas, que generan en falso estados de ansiedad, los cuales, si no ceden, repercuten negativamente en el organismo, cronificando un estrés desgastante que agota física, mental y emocionalmente.
Es el miedo al miedo, que puede bloquear la vida y paralizarla, magnificando en el tiempo su sentir aversivo, robándonos la paz y la alegría.
Así, evitar el miedo no es la solución. El afrontamiento esforzado y gratificante busca valorar, recolocar o solucionar la situación amenazante y seguir la vida con buena energía, pase lo que pase; al final, todo se puede o bien aceptar o bien solucionar.
Esto nos ayudará a adquirir seguridad en nosotros mismos, vivir más libres, fortalecidos y felices.
Como adultos, encontraremos recursos y estrategias en nuestro propio interior que no sospechábamos y ayudará a construirnos como personas.