Es distinto. La libertad se mueve en el mundo de las apariencias concretas, la liberación es más profunda. Lo que entendemos por libertad, ese libre albedrío del cual el ser humano hace siempre gala y defiende con uñas y dientes, no es tan libre como creemos.
Una persona puede creer actuar con libertad y ser un auténtico esclavo condicionado, manipulado, sin darse cuenta, por mil circunstancias o factores, más o menos sutiles o conscientes, que controlan su vida.
La liberación es más profunda y atañe al ser; se topa con limitaciones y puede parecer no libre a veces, no siempre se puede todo. Pero ha conseguido la libertad que realmente vale y sí puede con todo: poder elegir -entre lo posible- lo que más conviene.
Decía Franz Grillparzer, las cadenas de la esclavitud solamente atan las manos, es la mente la que hace al ser humano libre o esclavo. Nuestra actitud de cada momento es la que en realidad va conduciendo nuestra vida, día tras día, conformando nuestra existencia.
La libertad efectiva, a nivel práctico, estará siempre acotada por alguna parte en nuestra existencia. Condiciona nuestra genética, nuestra historia de vida, estado físico, nivel de inteligencia, temperamento; nuestra economía, cultura, principios y valores... además de las circunstancias del día a día. El arte libre de la vida -conociéndose a sí mismo- estará siempre en disfrutar y agradecer lo que sí podemos y tenemos, sin dejar de intentar lo que queremos y nos gustaría, pero con corazón desprendido, lo logremos o no. Y seguir adelante.
La liberación profunda del ser permite estar por encima de libertades cotidianas, condicionamientos o limitaciones, se conecta profundamente con la paz psicológica y se mantiene siempre serena, positiva, activa y esperanzada.
Para conseguir esta liberación, respira hondo, agradece lo que tienes, y en lo que puedas, procura cosas que te hagan bien, te favorezcan, gratifiquen y hagan feliz. Y aunque no parezcas experimentar felicidad subjetiva, agradece igual. La conformidad positiva con lo que hay, con lo bueno que sí tienes, te libera. No te importe asumir riesgos si algo bueno está en juego, asumiendo la posibilidad de equivocarte (permiso para errar), sabiendo que, si ocurre, esto mismo es experiencia importante de vida y aprendizaje.
Cuídate física y mentalmente, si sabes hacerlo espiritualmente, trabájalo también: busca momentos de silencio, de paz y encuentro contigo mismo, medita, reza, contacta con todo aquello que es más grande y fuerte que tú.
El contacto interior con aquello que nos sobrepasa nos hace sentir pequeños y vulnerables, pero protegidos y acompañados; deviene fuente de paz y nos libera. Nos hace comprender que no siempre tenemos control completo sobre nuestra propia vida, pero la misma Vida, con mayúsculas, si confiamos en ella, nos lleva y nos protege.