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La Afabilidad es bella y esforzada. Puede ser un reto heroico. Parece sencilla y suena, en general, a "buenismo" fácil, trivial y asumido en el convivir humano; pero como talante (natural o adquirido) puede llegar a costar muchísimo si no existe, interiormente, la determinada determinación de cultivar esta actitud y perseverar en ella. La afabilidad conlleva un importante valor añadido como ejercicio de Inteligencia Emocional beneficiosa para todos, individual y socialmente.
Afable procede del latín affabilitas y significa agradable, suave de trato, benevolente, dulce. En sentido propio, sería aquel: "con quien se puede hablar fácilmente". Ternura y bondad de corazón que nunca halla distancia entre las personas, sino cercanía, proximidad con todas ellas. Exige autodominio y tacto (esto es Inteligencia Emocional) para acertar en el qué, cuando y cómo de las cosas y, para ser realmente afable ( no hipócrita), se acompaña de nobleza, sencillez y franqueza generosa.
La afabilidad construye personas y, desde ellas, grupos fuertes, solidarios; sociedades saludables, cohesionadas y consistentes. Aún más allá, el Bien que se ejercita un solo instante por amor, acrecienta el Bien y lo Bueno de todo el Universo (por aquello del “efecto mariposa").
El desgaste cotidiano en la convivencia (ambientes familiares, laborales o amistosos/fraternos), el exceso o falta de confianza, la tensión acumulada, las pequeñas frustraciones y luchas de cada día... acaban minando toda positividad emocional que queda finalmente a merced de la visceralidad incontrolada, el juicio y el prejuicio; del pronto o impulso más primario, el mal humor o la impaciencia. En cuanto se relaja la intención y el interés particular por mantenerla, toda convivencia humana y fraterna se resiente.
La Afabilidad ayuda a emerger lo mejor de las partes (uno mismo y los demás). Contrariamente, el trato displicente, poco amable, autoritario y falto del respeto necesario potencia lo peor de las personas que emerge como reacción y mecanismo de defensa errado. De todas formas, el primer damnificado será siempre el poco afable (o "antipático") que acaba solo y encerrado amargamente en su poca cordialidad y sequedad de alma.
La afabilidad es pilar fundamental en la escala de amor más elemental. Otro pilar sería el respeto. Respeto debido a todo ser humano, en general a las criaturas, como parte maravillosa del inmenso don de Dios; más allá del criterio propio, pensamiento o emoción particular, siempre diversos, la voluntad de respeto es, ya, voluntad de amor.
El tercer pilar sería la empatía ( ponerse en la piel y zapatos del otro). Es el más fuerte de los tres, capaz de fortalecer y potenciar los dos primeros.
Apoyándose en esta trilogía básica primordial puede asentarse, consistente y responsablemente, cualquier otra forma responsable de amor comprometido, bien nutrido por tan firme basamento y coexistiendo con él.
El tercer pilar sería la empatía ( ponerse en la piel y zapatos del otro). Es el más fuerte de los tres, capaz de fortalecer y potenciar los dos primeros.
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