Según la Real Academia, la esperanza es un estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos.
Inferimos, en primer lugar, que la esperanza supone un estado de ánimo positivo, dinámico, abierto y confiado que nos da la seguridad interior de obtener lo que se espera, en general, cosas buenas de la vida. Además, aliada con la perseverancia y la resiliencia, ayuda a superar las dificultades que pueden acontecer , con la confianza de que podremos con ello y no torcerá nuestros objetivos más profundos. Se diferencia de la expectativa en el cálculo racional de esta, que se fija más en consecuciones concretas. La esperanza es más intuitiva, difusa y amplia, una pura experiencia subjetiva que espera, en general, ese bien y cosas buenas, desde la confianza en sí mismo y en la propia vida.
La esperanza saludable se alimenta de realismo (por supuesto) y posibilidad, añadiendo que, como estado de ánimo positivo, favorece la vida en línea con lo deseado: las sincronías, sintonías y resonancias de idéntica frecuencia mueven sutilmente la realidad en dirección de la propia confianza. La desesperanza produciría, justamente, el efecto contrario.
La esperanza es así dinámica y proactiva, en dirección de lo que se espera. Infunde serenidad ante la vida, confianza y paz, a pesar de las dificultades normales que vayan llegando.
La esperanza puede considerarse una construcción personal, por la cantidad de perspectivas que la enfocan. Puede implementarse conscientemente en la vida, trabajarse y entrenarse, pero también es cierto que otros son, espontáneamente, naturalmente esperanzados por temperamento o convicciones-creencias personales. Todo sirve para experienciarla, y quien lo consigue ve cambiar su realidad.
La esperanza, junto a la perseverancia, son claves de bienestar y suponen recursos emocionales de elección para la felicidad y la salud mental. Ayuda a dar sentido a la vida, al mismo tiempo que se alimenta de los significados vitales que, cotidianamente, la esperanza es capaz de encontrar en ella (esas pequeñas cosas que iluminan la existencia).
Una vida esperanzada se halla más fuerte y preparada para combatir el estrés, la ansiedad, además de suponer, socialmente, un bien importante: al compartirla y transmitirse al entorno promueve la motivación colectiva y la cohesión social.
El profesor Dacher Keltner (Universidad de Pensilvania) afirma que las personas estamos biológicamente preparadas para experimentar esperanza. Y no es de extrañar, porque su dinamismo positivo favorece vivencias adaptativas, constructivas, una garantía de supervivencia, que impulsará la fuerza, la resistencia, la superación, el optimismo, la resiliencia, frente al derrotismo que tira la toalla ante la más pequeña adversidad.
Decía Marcel Proust: Trata de mantener un trozo de cielo azul encima de tu cabeza, porque, como afirmaba Cervantes,"donde una puerta se cierra, otra se abre"