miércoles, 30 de septiembre de 2020

ESPERANZA

 

                                                                   

                                                   

Según la Real Academia,  la esperanza es un estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos.

Inferimos,  en primer lugar,  que  la esperanza supone un estado de ánimo positivo, dinámico, abierto y confiado que nos da la seguridad interior de obtener lo que se espera,  en general,  cosas buenas de la vida.  Además,  aliada con la perseverancia y la resiliencia, ayuda a superar las dificultades que pueden acontecer , con la confianza de que podremos con ello y no torcerá nuestros objetivos más profundos.   Se diferencia de la expectativa en el cálculo racional de esta, que se fija más en  consecuciones  concretas.   La esperanza es más intuitiva, difusa y amplia, una pura experiencia subjetiva que espera, en general,  ese bien y cosas buenas, desde la confianza en sí mismo y en la propia  vida.  

La esperanza saludable se alimenta de realismo (por supuesto) y posibilidad, añadiendo que,  como  estado de ánimo positivo, favorece la vida en línea  con lo deseado: las sincronías, sintonías y resonancias de idéntica frecuencia mueven sutilmente la realidad en dirección de la propia confianza.   La desesperanza produciría, justamente,  el efecto contrario.   

La esperanza es así  dinámica y proactiva, en dirección de lo que se espera.  Infunde serenidad ante la vida, confianza y paz, a pesar de las dificultades normales que vayan llegando.  

La esperanza puede considerarse una construcción personal,  por la cantidad de perspectivas que la enfocan.  Puede implementarse conscientemente en la vida, trabajarse y entrenarse,  pero  también es cierto  que otros son, espontáneamente, naturalmente esperanzados por temperamento o convicciones-creencias personales.   Todo sirve para experienciarla,  y quien lo consigue ve cambiar su realidad. 

La esperanza, junto a la perseverancia, son claves de bienestar y suponen recursos emocionales de elección para la felicidad y la salud mental.  Ayuda a dar sentido a la vida, al mismo tiempo que se alimenta de los significados vitales que, cotidianamente, la esperanza es capaz de encontrar en ella (esas pequeñas cosas que iluminan la existencia).
Una vida esperanzada se halla más fuerte y preparada para combatir el estrés, la ansiedad,  además de suponer, socialmente, un bien  importante: al compartirla y transmitirse al entorno promueve la motivación colectiva y la cohesión social. 
  
El profesor Dacher Keltner (Universidad de Pensilvania)  afirma que las personas estamos biológicamente preparadas para experimentar esperanza.  Y no es de extrañar, porque  su dinamismo positivo favorece vivencias adaptativas, constructivas, una garantía de supervivencia, que impulsará  la fuerza, la resistencia, la superación, el optimismo, la resiliencia, frente al derrotismo que tira la toalla ante la más pequeña adversidad.   

Decía Marcel Proust: Trata de mantener un trozo de cielo azul  encima de tu cabeza, porque, como afirmaba  Cervantes,"donde una puerta se cierra,  otra se abre"

                                                               



martes, 1 de septiembre de 2020

¿ESTÁS TRISTE?

 

   




Junto a la alegría, el dolor, el miedo, la repugnancia o la ira, la tristeza es una emoción universal, que se da en todas las culturas, con un patrón gestual reconocible.  Todas las emociones son reacciones psicofisiológicas del individuo a estímulos concretos, de la realidad o del recuerdo. Los sentimientos que acompañan son su resultado, elaboraciones mentales posteriores, que se procesan entre el cerebro límbico, ínsula y áreas prefrontales de la corteza cerebral, para su consciencia.

Las emociones hay que sentirlas, aprender a concienciarlas, aceptarlas y asumirlas.  Porque tienen importantes funciones sociobiológicas adaptativas, que no podemos obviar;  a lo largo de la historia humana en el planeta, como tierra inhóspita, su tarea ha sido siempre ayudar la supervivencia de la especie.  

La tristeza, como cualquier otra emoción negativa (ira, repugnancia, dolor o miedo) no hay por qué negarla ni reprimirla.  Al contrario, su función, incluso sin ser consciente, motiva la solución de aquellos problemas que la provocan o la búsqueda de nuevas actitudes y conductas más adecuadas.  

La tristeza se expresa en el rostro, en la expresión abatida, la falta de energía, todo lo cual, unido al procesamiento mental de sentimientos afines, nos hace conscientes  a nosotros mismos de nuestro penoso estado y alerta a los demás que nos rodean de que algo  no va bien, fomentando la ayuda y la solidaridad (cohesión social).  

 La energía se interioriza para conservarla y focalizarla en la solución del problema que nos afecta, ahorrando  recursos emocionales y mentales, que hacen falta en ese momento para gestionar, con la debida tranquilidad, alternativas y  salidas de tal estado.  El ánimo decaído ralentiza la actividad dinámica física,  cognitiva y conductual; y la poca vitalidad previene, así, esfuerzos innecesarios cuando se hace imposible, directamente,  solucionar la adversidad que nos entristece

Como emoción protectora,  centra la atención en uno mismo para, desde ahí,  focalizarse en el problema.  La persona busca poco a poco fortalecerse para  afrontar la realidad con mejores fuerzas, decidiendo los ajustes  necesarios en la propia vida, que permitan recuperar una existencia adaptativa y saludable.  Protectora, también, porque, como dijimos,  el entorno interpreta las señales como petición de "ayuda" y responde a ellas. 

Es la emoción más reflexiva que existe  ( lenta; las demás suelen ser bastante automáticas e inmediatas);  fomenta la introspección personal y ayuda a explorar y valorar la propia vida, adecuando lo que haga falta para restaurarla.  
 
Todo ello en camino para lograr la vida plena y feliz que se desea.