martes, 1 de septiembre de 2020

¿ESTÁS TRISTE?

 

   




Junto a la alegría, el dolor, el miedo, la repugnancia o la ira, la tristeza es una emoción universal, que se da en todas las culturas, con un patrón gestual reconocible.  Todas las emociones son reacciones psicofisiológicas del individuo a estímulos concretos, de la realidad o del recuerdo. Los sentimientos que acompañan son su resultado, elaboraciones mentales posteriores, que se procesan entre el cerebro límbico, ínsula y áreas prefrontales de la corteza cerebral, para su consciencia.

Las emociones hay que sentirlas, aprender a concienciarlas, aceptarlas y asumirlas.  Porque tienen importantes funciones sociobiológicas adaptativas, que no podemos obviar;  a lo largo de la historia humana en el planeta, como tierra inhóspita, su tarea ha sido siempre ayudar la supervivencia de la especie.  

La tristeza, como cualquier otra emoción negativa (ira, repugnancia, dolor o miedo) no hay por qué negarla ni reprimirla.  Al contrario, su función, incluso sin ser consciente, motiva la solución de aquellos problemas que la provocan o la búsqueda de nuevas actitudes y conductas más adecuadas.  

La tristeza se expresa en el rostro, en la expresión abatida, la falta de energía, todo lo cual, unido al procesamiento mental de sentimientos afines, nos hace conscientes  a nosotros mismos de nuestro penoso estado y alerta a los demás que nos rodean de que algo  no va bien, fomentando la ayuda y la solidaridad (cohesión social).  

 La energía se interioriza para conservarla y focalizarla en la solución del problema que nos afecta, ahorrando  recursos emocionales y mentales, que hacen falta en ese momento para gestionar, con la debida tranquilidad, alternativas y  salidas de tal estado.  El ánimo decaído ralentiza la actividad dinámica física,  cognitiva y conductual; y la poca vitalidad previene, así, esfuerzos innecesarios cuando se hace imposible, directamente,  solucionar la adversidad que nos entristece

Como emoción protectora,  centra la atención en uno mismo para, desde ahí,  focalizarse en el problema.  La persona busca poco a poco fortalecerse para  afrontar la realidad con mejores fuerzas, decidiendo los ajustes  necesarios en la propia vida, que permitan recuperar una existencia adaptativa y saludable.  Protectora, también, porque, como dijimos,  el entorno interpreta las señales como petición de "ayuda" y responde a ellas. 

Es la emoción más reflexiva que existe  ( lenta; las demás suelen ser bastante automáticas e inmediatas);  fomenta la introspección personal y ayuda a explorar y valorar la propia vida, adecuando lo que haga falta para restaurarla.  
 
Todo ello en camino para lograr la vida plena y feliz que se desea.  





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