Me llegó un día esta expresión: "acoger" el sufrimiento, no solo aceptar. Y me encantó. La acogida es un gesto más cercano y positivo, más entrañable y profundo que la simple aceptación.
Es también una realidad necesaria para la maduración de la vida humana, y hay que saber entrenarla desde niños. Habría que inspirar una confianza básica, global, en la vida, lo cual se aprende principalmente en los dos primeros años de infancia. Ese pragmático "las cosas son como son, hay que tirar adelante, crecer y construir con ello", también ayuda a muchos. Enredarse obsesivamente en la pena, en lo que pudo haber sido y no fue no conduce más que a la amarga parálisis del alma por rumiación enfermiza de la propia desazón.
El saber procesar adecuadamente la adversidad, las expectativas no cumplidas y su frustración, así como toda suerte de dolor emocional que llega en la vida, es aprendizaje necesario para afrontar la existencia en este mundo, para crecer con lo que llega sin permitir que nos destruya, para considerar todo acontecer como una escuela, una oportunidad.
Sin embargo, la no evitación del sufrimiento inútil, que se puede y debe ahorrar, lo llamaríamos masoquismo; todo sufrir "por adelantado", por rumiación excesiva, no conduce a nada ni soluciona nada. Por eso, muchos estudiosos del espíritu, y también los psicólogos, distinguimos dolor de sufrimiento:
El dolor es inevitable en esta vida, nada es fácil, somos vulnerables, y el camino nos hiere y zarandea; además, forma parte del riesgo de vivir, de nuestras elecciones, de las pérdidas naturales que el ser humano va experimentando en su existencia; genera emociones lógicas como tristeza o rabia.
El sufrimiento, sin embargo, aparece por resistencia psíquica a la sensación de malestar que el dolor produce; intervienen emociones y pensamientos que giran alrededor del hecho concreto que generó aquel dolor primero, y lo alimentan continuamente en el recuerdo, la emoción negativa, el victimismo, generando un sufrimiento crónico, desgastante e inútil, que acaba en depresión. Sin darnos cuenta de que al resistir el dolor lo estamos perpetuando.
El sufrimiento es por ello evitable y opcional, controlable por la conciencia y la voluntad cuando decidimos aceptarlo y acogerlo. Pero se convierte para algunos en una imagen mantenida de cara a la vida y a los demás, lo cual supone arrastrar una pesada mochila durante demasiado tiempo, paralizando el alma en su crecimiento, anchura y liberación.
Curiosamente, en nuestro mundo se acoge mejor el sufrimiento que el dolor, el cual tiende a evitarse, despreciando así la gran enseñanza que aporta sobre la vida. En cuanto se acepta el dolor, se acoge, procurando espacio y tiempo para sentirlo y expresarlo, poco a poco se va disolviendo y el sufrimiento desaparece.
La capacidad de perdón y reconciliación con la vida, con uno mismo, con los demás hacen el resto. Junto a la pragmática sabiduría de ese dicho popular que afirma sin ambages: "Lo que viene conviene" (porque nos acercará a ese potencial humano, oculto, que normalmente desconocemos)
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