Preguntarse por el sentido de la vida es algo que ocurre en un momento u otro de nuestro recorrido existencial. Y es bueno hacerlo, porque nos ayuda, en primer lugar, a desprendernos del ritmo, movida y automatismos de la cotidianidad. Y nos hace también mirar, buscar más allá de nosotros mismos, en más de una ocasión, levantar la cabeza y mirar al cielo.
Cada cual necesita encontrar su propio sentido personal de vida, normalmente compuesto de muchas pequeñas metas o aspiraciones, dirigidas todas ellas, con consciencia o sin ella, a una realización personal plena, que desembocará siempre en la consolidación del Ser (sustancia de ese Yo profundo, sereno y sabio, que acompaña nuestras pruebas de crecimiento y maduración). Paz y Felicidad supremas.
Pero para llegar a este sentido último, que algunos alcanzan directamente y no pierden ya, hacen falta muchas pequeñas metas previas, que vayan motivando el día al día de las personas. Pueden haber retos personales que uno quiera conseguir o superar, logros que estimulan nuestra vida, porque interesan sus beneficios. Pero se ha demostrado que la mayor fuerza e intensidad de motivación humana tiene que ver con el amor, el deseo de ayudar al otro y colaborar en su bienestar.
Víctor Frankl , neurólogo, psiquiatra y filósofo vienés del pasado siglo, fue un abanderado del Sentido de la Vida. Aprendió dolorosamente a mantenerlo vivo en situaciones extremas de cautiverio, en terribles campos de concentración y exterminio nazis, tras haber perdido en ellos a toda su familia. Solo él sobrevivió.
Se prometió a sí mismo que, si salvaba la vida, ayudaría a las personas a encontrar su sentido existencial como camino de sanación, y fundó la tercera escuela vienesa de psicoterapia o Logoterapia.
Supo encontrar, en su reclusión, dos fuentes de sentido: la contemplación de las cosas pequeñas, detalles gratificantes, en medio de tanta maldad, destellos de belleza en un rayo de sol, por ejemplo. Y luego, cómo sostener el ánimoo de sus compañeros, con pequeños gestos de ayuda, afecto, atención y bienestar.
Frankl entendía la felicidad como consecuencia de una motivación, no se puede conquistar de frente, porque engañará y entrampará con el placer y el poder, alejándola definitivamente. Para él, el ser humano está llamado a la libertad, a la responsabilidad y a su realización, por eso el sentido es una cuestión individual y personal, no se puede transferir a otro, cada cual tiene que encontrarlo (aunque el propio sentido siempre puede inspirar a o inspirarse en los demás). Para Frankl, la vida no se resuelve por las preguntas que ella misma plantea sino por las respuestas que le damos; no se define por lo que esperamos de nuestra existencia sino por lo que nosotros sabemos darle.
La felicidad está en el camino, en el día a día, y al final de algún esforzado logro (por uno mismo o por los demás) suele ser la paz serena y gratificante de haber conseguido lo que se buscaba.
Y cuando no parezca haber metas a nuestro alcance que nos interesen, siempre estará la actitud contemplativa ante la vida, ese saber mirar las cosas, la realidad despacio, con atención, agradeciendo: porque las cosas nos ayudan en la vida, las personas están ahí para mostrarnos otra manera de entenderla, otra sensibilidad, otros valores, las situaciones son retos a superar y fortalecerse... De todo y todos se aprende algo.
La vida es maestra, y solo ese vivir el presente, de manera consciente, saboreando gota a gota la vida; disfrutando, agradecidos, la elementalidad de poder movernos, respirar, hablar reír, ver, escuchar... hacer de la gratitud sincera una actitud frecuente y presente en nuestro día a día es la mejor manera de engrandecer el Sentido de la vida hasta el infinito.