Para Cicerón, "la gratitud no es solo la más grande de las virtudes sino la madre de todas las demás", y para los evolucionistas, ha sido una habilidad primordial, que ha supuesto ventaja evolutiva para sobrevivir como especie, generando vínculos sociales constructivos.
El psicólogo Robert Emmons define la gratitud como la afirmación de los dones de la propia vida y el reconocimiento de que esos dones vienen de fuera de nosotros.
Y ha trabajado sobre estudios científicos acreditados para demostrar sus asombrosos efectos sobre la salud: presión arterial, función inmunológica, sueño, depresión, ansiedad, hipercolesterolemia y salud cardiovascular... resultando una excelente medicina.
Por sus amplios beneficios, hay que insistir en su trabajo y ejercitación porque, efectivamente, la gratitud se puede entrenar y desarrollar en la vida, hasta internalizarla y automatizarla como actitud cotidiana permanente. Es una manera de madurar nerurobiológicamente el cerebro y contribuir de esta manera a una plenitud gratificante de realización personal.
Emmons enfatiza que la gratitud no ha de ser solo reactiva (sentirse bien, feliz y agradecido cuando sucede algo bueno), sino proactiva, por eso anima también a recordar momentos malos, difíciles y oscuros de la vida, constatando cómo al final pudimos salir de ellos, llegando adonde estamos ahora, y dejándonos alguna importante lección de aprendizaje.
Para una verdadera capacidad de agradecimiento no importan las circunstancias: es la gratitud incondicional, la gratitud indestructible. Una gratitud enraizada de manera existencial no ignora las condiciones duras de la vida sino que "prende una luz en la oscuridad" y se hace maestra de resiliencia.
Vale la pena tomárselo en serio y, apetezca o no apetezca, trabajar la gratitud cada día: un listado de cosas buenas cotidianas al final de la jornada; cartas escritas agradeciendo a alguien, cercano o lejano, aquello que nos gusta y nos inspira; un listado de posibilidades negativas que hubieran podido darse cada día y fue todo positivo.
El sentimiento de limitación y vulnerabilidad nos hace realistas y humildes; desde aquí, puede abrirnos a la grandeza del don inmenso que sostiene la vida, de infinitas maneras, más allá de nuestras fuerzas, generando profundas sensaciones de confort y confianza, incluso en las situaciones más difíciles y oscuras de la existencia.
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