Soltar es palabra mágica que se ha hecho muy útil en terapia: relajarse, aflojar, soltar esos globos de gas que apretamos frenéticamente en nuestra mano, miedos, deseos, rabietas, envidias, tristezas, alegrías, frustraciones, necesidades... recuerdos, rutinas, hábitos malsanos, relaciones tóxicas... Relajarse, dejarlos libres, soltar.
Soltar para liberarse de todo aquello y dejar espacio para recibir, poder llenarse de lo que realmente alimenta y construye. De otra manera, es imposible.
Soltar lo que nos daña y esclaviza, lo que debe marchar, lo que nos ata, desvitaliza y resta autenticidad... Para que permanezca que lo que debe quedarse y sobreabunde para lo bueno que llegará.
Sea lo que fuere que soltamos, un añadido importante completa el gesto y lo dignifica: gratitud. No importa qué, en su momento cumplió su tarea y su función, pero ya no nos sirven: en el pasado, quizás ayudó, con lo cual, gracias por haber estado, pero gracias ahora por partir. Incluso el dolor, la mala experiencia, la adversidad... llegan a nuestra vida con una lección de vida: aprendizaje, resiliencia, confianza más allá de lo que acontece. Incluso aquí se puede agradecer, pero despidiendo con firmeza el excedente de un dolor que para nada sirve ya.
Soltar adecuadamente obliga a repasar nuestro interior, ideales y aspiraciones... permitiendo aquellas que nos plenifiquen de verdad.
Porque si estribamos la felicidad en meras aspiraciones materiales, trepa o rivalidad, cuando al final las consigamos, si nos gratifican, bien estará, pero si nos dejan insatisfechos e impulsan al ambicioso e inconformista más y más, considérese aniquilante esclavitud.
Al final uno descubre que la verdadera felicidad, más allá de un excedente de logros materiales, estará siempre en la Paz del corazón.
Así, aquello que no la alimenta y nos destruye, mejor despedirlo... Soltar.
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