lunes, 23 de octubre de 2017

ZOZOBRA Y DESCONCIERTO



  Hay momentos en la vida   en que parece que todo se derrumba,  el cielo se desvanece y bajo los pies pende el vacío.    Es como sentirse colgado en medio de la nada sin el consuelo de arriba ni el apoyo  del suelo que nos  sostiene.  El absurdo,  la irracionalidad,  la injusticia,  el disparate,   pueden estar servidos alrededor de aquellas circunstancias concretas que  promovieron  la inestabilidad más absoluta,  el vértigo,  la sensación de caer en un abismo sin fin.

Avanzamos en la vida arropados por esquemas que nos dan seguridad, lo cual es normal  y nos protege.  En momentos de crisis,  cuando las antiguas estructuras de pensamiento no dan repuesta a nuevos problemas planteados,  el cambio de criterio no   ocurrirá  súbitamente,  sino que se irá  preparando poco a poco.  El encuentro con realidades desconocidas expande la visión de la vida,  socavando al mismo tiempo  la idoneidad de esquemas  precedentes  que,  finalmente, se desmoronan y acaban  descartándose por estrechos,  inadecuados u obsoletos.   De esta manera,  vamos adoptando  un sistema de creencias y convicciones más amplio,  robusto y fiable que resuelve mejor aquellos  retos vigentes  a los cuales no llegaban  las carencias del anterior.

Cuando antiguas estructuras mentales acaban perdiendo  fuerza y credibilidad,   lo  nuevo que nos referencia e identifica la actualidad de nuestro ser  se erige como nuevo paradigma de pensamiento,  actitudes,  vida y emoción, que guiarán nuestra vida  mientras nos sean útiles evolutivamente hablando. 

Cuando el mismo devenir de vida,  imparable,  siga ampliando la experiencia  y el  quehacer mental vuelva a sentirse estrecho,  un nuevo esquema mental y sistema de pensamiento  emergerán a tiempo para seguir sosteniendo,  apoyando y dinamizando nuestra andadura humana,  relacional, social... y también espiritual,  al paso de una  conciencia cada vez más evolucionada y  despierta.                                                                                                 
Crecemos y evolucionamos.  A través de la cotidianeidad de la Vida,  la Sabiduría Providente que acompaña, implícita, nos cuida y educa  permitiendo lo que  conviene para nuestro mejor progreso humano y espiritual. 

No significa en absoluto que esto sea fácil de asumir en circunstancias adversas... Porque,  para el que  vive momentos de crisis, incertidumbre y duda, zozobra o adversidad,  toda seguridad desaparece,  su impresión subjetiva es  de "abandono" (del cielo y de la tierra),  desconcierto y caos,  sin conocer aún lo que la vida quiere enseñar a través de estas situaciones,  ni saber adónde  dirigir el siguiente paso de cada día.     

La mirada inteligente del sabio conoce la vida, sus procesos y sus "vueltas",   sabiendo que,  con la debida actitud de afrontamiento,  todo lleva a  buen lugar.   La confianza estabiliza el timón del alma en medio de la tempestad  hasta que el temporal amaine  y  un rayo de luz  siga orientando el rumbo. 

Porque es así:  tras la tormenta   luce el sol  de nuevo o bien aparece la luna y  guían  las estrellas.  Y,  tras la noche, amanece con certeza.      La luz  renovada  deja adivinar un escenario mas creíble,  más real,   que la fantasmagoría  experimentada en el caos;   poco a poco se vislumbra el camino,  se retoma la buena senda  y  el timón del alma,  guiado por el astro rey,  vuelve a orientar su ruta.


                                                                   

lunes, 2 de octubre de 2017

¿ESTÁS TRISTE?



A veces pasa... Pero no temas,  forma parte de la vida.  Solamente si se enquista, si se hace prevalente,  si sientes que te arrebata la vida,  absorbe largo tiempo tu alegría  y poco o nada te deja hacer en el día a día,  debes ponerte alerta y buscar remedio más allá de ti mismo.  Porque entonces no es tristeza, sino depresión, un trastorno  que necesita  ayuda.  

Reconocerás los síntomas:  llanto,  retraso psicomotor,  rostro abatido,  inapetencia,  sueño irregular, desgana y desmotivación general ante cualquier actividad,  rumiación mental en torno a lo que preocupa,  problemas de concentración, ...

Como malestar,  intentamos apartarlo,  arrancarlo de la vida,  pero hay que tener en cuenta que toda emoción es adaptativa, es decir,  se ha conservado a través de miles de años en la raza humana para favorecer  la supervivencia de la especie,  su adaptación y progreso.  Aunque parezca una paradoja,  es así.  La tristeza lanza un mensaje  útil  que contribuye al equilibrio psicológico de la persona en su caminar por la vida.  Las señales  que el cuerpo refleja y  percibe la persona sobre el propio estado (gracias a la propiocepción)  indican que algo no marcha bien en su  organismo psíquico, en sus relaciones con el entorno, en el afrontamiento de la vida,  y alertan para la intervención. La diversidad de emociones humanas estimula la toma de decisiones para adecuarse  a una realidad que se impone;  siendo la adaptación su utilidad prevalente. 

Por supuesto,  si algo de lo que acontece nos resulta adverso, hay que intentar cambiarlo por todas las vías posibles razonables.  Pero, si a pesar de los esfuerzos no se consigue,  no hay más remedio que adaptarse, aceptando la posible contrariedad  (minimizándola) y enfatizando  lo positivo de la nueva situación.  

Se ha demostrado que la tristeza,  al producir una "depresión" (ralentización)  anímica,  actúa como ahorrador de energías que se emplean en una reflexión interiorizada sobre las mejores salidas.   Al mismo tiempo, al conocer todo ser humano la tristeza por experiencia propia, puede empatizar con la tristeza del otro  suscitando redes de ayuda y solidaridad con  el que sufre. 

La utilidad de la tristeza estriba, pues, en que permite reorganizar la vida:  cambiar lo que se puede y  aceptar lo irremediable (con la pérdida,  fracaso o contradicción que conlleve), generando pensamientos alternativos  (positivos) que adoptan una perspectiva diversa de la misma realidad.   

Aceptar conscientemente la tristeza es de fuertes (no de débiles ni cobardes),  lo cual no significa hacer de ella una nueva "zona de confort" que nos atrape e impida salir de su envolvente red. Conforme se va reorganizando la vida en la nueva situación,  la persona se libera,  empieza a respirar mejor y va  recuperando   vida y  bienestar.  Así, aunque dolorosa, resulta emoción útil para minimizar  los daños que la vida  inflige a menudo en sus criaturas.   Expresar la tristeza,  no guardarla,  ayuda a superarla.  

Por otro lado, tanto la relajación como el ejercicio físico  son recursos terapéuticos elementales para la gestión de toda emoción lastrante; recobrando así,  poco a poco,  la energía y vitalidad perdidas. La alegría.