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El Silencio, sin embargo, es herramienta, no solamente espiritual (en toda Tradición milenaria), sino también psicológica, para calmar la mente; ayuda a encontrarnos más y mejor con nosotros mismos, a reflexionar en profundidad sobre asuntos importantes, a tener paz y ser más feliz. Y a menudo hoy, sorprendentemente, se alzan voces del mundo de la literatura, periodismo, de la ciencia (investigadores) que reivindican sus excelencias en favor de una vida humana de calidad.
La huída del silencio supone un rechazo de la soledad, al conocimiento de sí mismo, un miedo al abismo de la nada. Pero aquellos que han sabido enfrentarse a él han descubierto un camino de vida, inexplorado por ignorancia, que no perece, y que alimenta dimensiones del ser desconocidas en sí mismos.
Hay quien convive de manera connatural con el Silencio. Lo necesita. Sumergirse en él de manera intermitente para encontrarse, no solamente consigo mismo, sino también con los demás; para modular el impacto de los sucesos en la vida, para no perder la esperanza, para no sentirse nunca solo sino acompañado; desaparece, por tanto, el miedo a la soledad al descubrir que no existe. Además, la palabra que nace del Silencio tiene otra fuerza, otra densidad, otra consistencia. Nunca nacerá vacía sino plena de Sentido, de comprensión, de enseñanza.
La tecnología nos fascina y finalmente nos subyuga. Sin desestimar su importancia comunicativa, sus valores y su inestimable aportación a la familia humana, aquél que se aventura a pozar en el Interior de sí mismo descubre una realidad nueva, inmensa, nunca acotada, de hermosura indescriptible e inalcanzable por todo lo que ahora nos deslumbra.
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