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No es fácil la Soledad.
Pero resulta un buen aprendizaje existencial porque, antes o después, la vida nos enfrenta a ella.
El miedo a la soledad, como prejuicio, tiene que ver con la sensación de precariedad y abandono. Al pasar crudamente por ella, el ser humano descubre y conciencia en propia carne, la propia contingencia.
Asumiendo que toda experiencia humana, consciente e integrada, resulta siempre adaptativa, la consecuencia de no saber asumir saludablemente ese miedo supondrá una incapacidad para buenas y auténticas relaciones (agobiadas por el temor de perderlas), generando personas dependientes emocionales. Un buen aprendizaje, constructivo, aparte de profundizar en el difícil e importantísimo conocimiento de sí mismo, ayuda a encontrarse con el otro, no a nivel epidérmico y superficial, sino desde lo hondo, estableciendo relaciones y amistad satisfactorias y gratificantes.
Somos seres sociales y necesitamos a los demás, personas que hacen espejo de nosotros mismos, que nos acompañan en la vida e interactúan con nosotros, que nos hace sentir mejor o peor... Pero que al menos nos hace sentir, y esto nos mantiene vivos.
Pero, por otro lado, el conocer la Soledad y tenerla por amiga ayuda a conocernos mejor y a ser más receptivos al otro en situaciones similares. En la misma medida que nuestra alma se hace más profunda y se conoce, aumenta nuestra empatía hacia el semejante.
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Si has de pasar necesariamente por ella, el saber asumirla en paz es fundamental para que no te dañe: aceptarla, construir con ella y ser creativo. Escucha su rumor profundo y su mensaje. Aprende a conocerte, lo que te gusta y lo que no, a saber quién eres y qué quieres en la vida.
Es tan valiosa la Soledad, junto al Silencio que acompaña, que muchos la buscan expresamente para conocer mejor su corazón y escucharlo. Pero también, para encontrar allí al Otro, y reconocerlo como una prolongación del propio yo.
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