domingo, 28 de abril de 2019

SOLEDAD





No es fácil la Soledad.  

Pero resulta un buen aprendizaje existencial porque,  antes o después, la vida nos enfrenta a ella.  
El miedo a la soledad,  como prejuicio,  tiene que ver con la sensación de precariedad y abandono.   Al pasar crudamente por ella,  el ser humano descubre y conciencia en propia carne, la propia contingencia.  

Asumiendo que toda experiencia humana,  consciente e integrada,  resulta siempre adaptativa,  la consecuencia de no saber asumir saludablemente ese miedo supondrá una incapacidad para buenas y auténticas relaciones  (agobiadas por el temor de perderlas),  generando personas dependientes emocionales.     Un buen aprendizaje,  constructivo,  aparte de profundizar en el difícil e importantísimo conocimiento de sí mismo,  ayuda a encontrarse con el otro,  no a nivel epidérmico y superficial,  sino desde lo hondo,  estableciendo relaciones y amistad  satisfactorias y  gratificantes. 

Somos seres sociales y necesitamos a los demás,  personas  que  hacen espejo de nosotros mismos,  que nos acompañan en la vida e interactúan con nosotros,  que nos hace sentir mejor o peor...   Pero que  al menos nos hace sentir,  y esto nos mantiene vivos.     
Pero, por otro lado,  el conocer la Soledad  y tenerla por amiga  ayuda a conocernos mejor  y a ser más receptivos al otro en situaciones similares.  En la misma medida que nuestra alma se hace más profunda y se conoce,  aumenta nuestra empatía hacia el semejante.   

En soledad se escuchan muchos sonidos que normalmente ignoramos.  Pero la verdadera armonía nos sorprende cuando hacemos vibrar el Yo más profundo que nos habita.   
Si has de pasar necesariamente por ella,  el saber asumirla en paz es fundamental para que no te dañe:   aceptarla,  construir con ella y ser creativo.  Escucha su rumor profundo y su mensaje.  Aprende a conocerte,  lo que te gusta y lo que no,  a saber quién eres y qué quieres en la vida.   
Es tan valiosa la Soledad,  junto al Silencio que acompaña,  que muchos la buscan expresamente  para conocer mejor su corazón y escucharlo. Pero también,  para encontrar  allí al Otro,   y reconocerlo como una prolongación del propio yo.  







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