domingo, 20 de diciembre de 2020

VENTILACIÓN EMOCIONAL

 



Sabemos lo que cuesta controlar algunas emociones, y según las circunstancias, podemos, equivocadamente, reprimirlas sin más.  Es necesario saber soltarlas, encontrarles alguna manera de salida para que no nos dañen.  Nos va en ello la salud y también la calidad de vida  y relaciones.   La idea de ventilar sugiere, correctamente,  sacar algo de lo escondido y reprimido al exterior, para que circule el aire, despida malos olores impregnados y se sanee al mismo tiempo.  Su aprendizaje debería  comenzar  desde la infancia. 

Ya sabemos que las emociones que no son buenas ni malas,  suponen el resultado de la interacción del organismo con el entorno y tienen una función primaria adaptativa, es decir, preservación de la vida;  tienen tres sistemas de respuesta, a través de los cuales  se expresan:  subjetivo-cognitivo (sentimientos, sensaciones);  expresivo-conductual  (conductas y actitudes); fisiológico-adaptativo (stma. nervioso central o periférico).  Pero tienen también  funciones sociales (comunicarnos, solidarizarnos)  y motivacionales (conseguir objetivos,   imprescindibles, que acompañan la vida y las relaciones humanas).  

 Si se reprime  alguna emoción y no se expresa,  buscará  otro nivel de respuesta para hacerlo, produciendo una  sobrecarga  que puede dañar el organismo físico o psicológico,  por eso es tan importante una adecuada gestión de las emociones cotidianas.  

La ventilación emocional es una técnica   psicológica que ayuda a reconocer y ser conscientes de las emociones reprimidas para que no nos dañen.   En tiempos de pandemia,  con situaciones muy estresantes para muchos,  hay que tenerlo en cuenta, no dejar que se acumulen represivamente y se cronifique el malestar.  

 En primer lugar,   hay que concienciarlas e identificarlas y, una vez halladas, buscar vías de canalización que las expresen adecuadamente y las desahoguen,  de manera inocua, festiva o constructiva:  puede ser contando lo que nos pasa a un amigo o profesional;  escribiendo,  imaginando un cuento, una narración;  puede ser pintando o dibujando simbólicamente lo que se vive;  o bien, una danza expresiva u otro ejercicio  físico que descargue toxinas emocionales acumuladas. 

Por otro lado,  hay que aprender a relajarse convenientemente y a respirar hondo en todas las situaciones de la vida.

Concluimos la importancia de aprender a expresar, de alguna manera,  las emociones,  dejarlas fluir sin tropiezos,  aprendiendo a canalizarlas, convenientemente, pues de ello depende, en gran parte,  la calidad de nuestra salud física y mental.  

Acercándose las fiestas Navideñas, aun siendo tan distintas y especiales este año,  aprovechemos un poco para aparcar la negatividad y dejar aflorar los mejores sentimientos, la esperanza, la solidaridad, la alegría y el cariño familiar, aunque sea en la distancia.  El mero ejercicio de intentarlo sinceramente  nos hará sentir mejor.  

                                      















lunes, 23 de noviembre de 2020

COMUNICAR





Comunicar con los demás (charlar, compartir, dialogar) no solo es importante  sino necesario  para el equilibrio personal  y los procesos de socialización humana. 
El ser humano es un animal social que necesita de los demás. 

Aprender a transmitir ideas y sentimientos,  aprender a escuchar  son tareas elementales para entendernos, para evitar conflictos (o solucionarlos),  para sentirse mejor consigo mismo y con las  personas en un mundo difícil.   Es asignatura importante  que debe aprenderse desde la infancia para adquirir una adecuada competencia comunicativa. 
El ser humano re-crea la realidad a través del lenguaje.

Comunicamos verbalmente con el habla (oralidad) o bien por la escritura, pero también por lenguaje no verbal:  gestos/ señales o paralenguaje (acento, volumen de voz, entonación, velocidad del habla...). Incluso con el silencio.  Todo transmite información de manera explícita o implícita, aunque lo que entendemos como comunicación, en sí, supone una acción consciente e intencional que pretende informar, generar acciones, conocer al otro y darse a conocer, solucionar conflictos, llegar a acuerdos,  transmitir conocimientos y enseñar. 

Por otro lado, para comunicar mejor hay que conocerse bien, ser capaces de sinceridad y autenticidad  para transmitir confianza:  esa realidad consistente en la que se asientan y consolidan  las relaciones humanas y  sus sociedades.          

El ser humano, como  criatura contingente,  depende de otros factores, personas o circunstancias,  para existir.   Como ser social, necesitará de la aportación de los demás para una vida digna, colaborando él, por su parte, con sus propios talentos y capacidades. 
Comunicar adecuadamente le permitirá  expresar sus necesidades,  creencias, deseos, metas, proyectos, anhelos, solicitar la ayuda que necesite y también poder brindarla. 

Para que el comunicar sea efectivo y positivo los expertos incluyen los siguientes rasgos y actitudes:  escucha activa, empatía, comprensión del lenguaje no verbal (lenguaje corporal,paralenguaje), asertividad,  habilidad para resolver diferencias, respeto y credibilidad. 

Subjetivamente,  los beneficios de una comunicación positiva son evidentes.   Las personas disminuyen su estrés,  se sienten mejor consigo mismas y con los demás, son más creativas y se concentran mejor;  aprenden más, se motivan con mayor facilidad,  mejoran el rendimiento,  se hacen más empáticas y comprensivas, más resilientes y responsables; gestionan mejor sus metas y sus logros personales,  crecen y maduran,  tanto cognitivamente como emocionalmente,  de manera significativa. 

Comunicar adecuadamente se convierte en una manera de amar.

                                                             






viernes, 16 de octubre de 2020

APRENDER RESILIENCIA

 

Resiliencia es un concepto en evolución  y una palabreja de moda,  pero, sobre todo, una noción importantísima que se alimenta de varias actitudes en línea. Presupone fortaleza interior, perseverante y tenaz, ante la adversidad y emociones negativas, que se alimenta de confianza esperanza,  mucha esperanza, sin dejar de ser realista.   

Es un término que proviene de la física y la química, designando la capacidad de un material para recuperar su forma inicial tras la presión de una fuerza que lo deforma, y se adaptó a la psicología.  El término deriva del latín,  "resilio":  "re"  volver atrás y "silio" salto,  es decir, vuelta al principio, como era antes. De esta manera, las personas resilientes son capaces de soportar  situaciones importantes de estrés y salir indemnes; aprendiendo a superarlas, salen de la adversidad sin afectarse o todavía mejor: fortalecidas.     
El sinónimo más cercano en nuestra lengua sería "entereza".
El psiquiatra y psicoanalista Boris Cyrulnik acuñó el término para la psicología,  en la década de los 60, inspirado en los trabajos de John Bowlby.  

Cuando nos asomamos a la vida de algunas personas,  puede estremecernos la crudeza experimentada en muchas situaciones vividas y cómo,  sin darse  cuenta, aprendieron a salir de la adversidad  sin perderse a sí mismas.  
Estaban bien provistas de confianza en la vida, autoestima, realismo,  flexibilidad cognitiva creativa (pensamiento divergente),  afabilidad y  humor, configurando así un perfil habitual resiliente.       

Hace tiempo, leí un artículo en el que hasta el título era interesante: "La nueva felicidad se llama resiliencia".  Es así.  La felicidad, como estado y sentimiento intenso positivo, no es posible conservarla de forma mantenida.  La estabilidad emocional, por el contrario,  sí es un logro que fundamenta de manera consistente una infraestructura  de  felicidad que perdura:  la paz del alma, la tranquilidad del corazón.     

La personas resilientes sufren menos trastornos de ánimo o depresiones,  gozan de mejor salud física y mental, viven más satisfechos y obtienen mejores resultados en su actividad  laboral y relacional;  valoran, comprenden  y ayudan más a los de su alrededor,  se hacen sabias y  felices.  

Pudiera haber tendencias naturales que faciliten su desarrollo,  pero lo cierto es que la persona resiliente, en sí, no nace, se hace.   Y para mantenerla viva, activa y consolidada,  hay que practicarla al paso de la vida. 
 
Vale la pena: aprende resiliencia y descubrirás un secreto infalible para  ser feliz.  


                                              













miércoles, 30 de septiembre de 2020

ESPERANZA

 

                                                                   

                                                   

Según la Real Academia,  la esperanza es un estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos.

Inferimos,  en primer lugar,  que  la esperanza supone un estado de ánimo positivo, dinámico, abierto y confiado que nos da la seguridad interior de obtener lo que se espera,  en general,  cosas buenas de la vida.  Además,  aliada con la perseverancia y la resiliencia, ayuda a superar las dificultades que pueden acontecer , con la confianza de que podremos con ello y no torcerá nuestros objetivos más profundos.   Se diferencia de la expectativa en el cálculo racional de esta, que se fija más en  consecuciones  concretas.   La esperanza es más intuitiva, difusa y amplia, una pura experiencia subjetiva que espera, en general,  ese bien y cosas buenas, desde la confianza en sí mismo y en la propia  vida.  

La esperanza saludable se alimenta de realismo (por supuesto) y posibilidad, añadiendo que,  como  estado de ánimo positivo, favorece la vida en línea  con lo deseado: las sincronías, sintonías y resonancias de idéntica frecuencia mueven sutilmente la realidad en dirección de la propia confianza.   La desesperanza produciría, justamente,  el efecto contrario.   

La esperanza es así  dinámica y proactiva, en dirección de lo que se espera.  Infunde serenidad ante la vida, confianza y paz, a pesar de las dificultades normales que vayan llegando.  

La esperanza puede considerarse una construcción personal,  por la cantidad de perspectivas que la enfocan.  Puede implementarse conscientemente en la vida, trabajarse y entrenarse,  pero  también es cierto  que otros son, espontáneamente, naturalmente esperanzados por temperamento o convicciones-creencias personales.   Todo sirve para experienciarla,  y quien lo consigue ve cambiar su realidad. 

La esperanza, junto a la perseverancia, son claves de bienestar y suponen recursos emocionales de elección para la felicidad y la salud mental.  Ayuda a dar sentido a la vida, al mismo tiempo que se alimenta de los significados vitales que, cotidianamente, la esperanza es capaz de encontrar en ella (esas pequeñas cosas que iluminan la existencia).
Una vida esperanzada se halla más fuerte y preparada para combatir el estrés, la ansiedad,  además de suponer, socialmente, un bien  importante: al compartirla y transmitirse al entorno promueve la motivación colectiva y la cohesión social. 
  
El profesor Dacher Keltner (Universidad de Pensilvania)  afirma que las personas estamos biológicamente preparadas para experimentar esperanza.  Y no es de extrañar, porque  su dinamismo positivo favorece vivencias adaptativas, constructivas, una garantía de supervivencia, que impulsará  la fuerza, la resistencia, la superación, el optimismo, la resiliencia, frente al derrotismo que tira la toalla ante la más pequeña adversidad.   

Decía Marcel Proust: Trata de mantener un trozo de cielo azul  encima de tu cabeza, porque, como afirmaba  Cervantes,"donde una puerta se cierra,  otra se abre"

                                                               



martes, 1 de septiembre de 2020

¿ESTÁS TRISTE?

 

   




Junto a la alegría, el dolor, el miedo, la repugnancia o la ira, la tristeza es una emoción universal, que se da en todas las culturas, con un patrón gestual reconocible.  Todas las emociones son reacciones psicofisiológicas del individuo a estímulos concretos, de la realidad o del recuerdo. Los sentimientos que acompañan son su resultado, elaboraciones mentales posteriores, que se procesan entre el cerebro límbico, ínsula y áreas prefrontales de la corteza cerebral, para su consciencia.

Las emociones hay que sentirlas, aprender a concienciarlas, aceptarlas y asumirlas.  Porque tienen importantes funciones sociobiológicas adaptativas, que no podemos obviar;  a lo largo de la historia humana en el planeta, como tierra inhóspita, su tarea ha sido siempre ayudar la supervivencia de la especie.  

La tristeza, como cualquier otra emoción negativa (ira, repugnancia, dolor o miedo) no hay por qué negarla ni reprimirla.  Al contrario, su función, incluso sin ser consciente, motiva la solución de aquellos problemas que la provocan o la búsqueda de nuevas actitudes y conductas más adecuadas.  

La tristeza se expresa en el rostro, en la expresión abatida, la falta de energía, todo lo cual, unido al procesamiento mental de sentimientos afines, nos hace conscientes  a nosotros mismos de nuestro penoso estado y alerta a los demás que nos rodean de que algo  no va bien, fomentando la ayuda y la solidaridad (cohesión social).  

 La energía se interioriza para conservarla y focalizarla en la solución del problema que nos afecta, ahorrando  recursos emocionales y mentales, que hacen falta en ese momento para gestionar, con la debida tranquilidad, alternativas y  salidas de tal estado.  El ánimo decaído ralentiza la actividad dinámica física,  cognitiva y conductual; y la poca vitalidad previene, así, esfuerzos innecesarios cuando se hace imposible, directamente,  solucionar la adversidad que nos entristece

Como emoción protectora,  centra la atención en uno mismo para, desde ahí,  focalizarse en el problema.  La persona busca poco a poco fortalecerse para  afrontar la realidad con mejores fuerzas, decidiendo los ajustes  necesarios en la propia vida, que permitan recuperar una existencia adaptativa y saludable.  Protectora, también, porque, como dijimos,  el entorno interpreta las señales como petición de "ayuda" y responde a ellas. 

Es la emoción más reflexiva que existe  ( lenta; las demás suelen ser bastante automáticas e inmediatas);  fomenta la introspección personal y ayuda a explorar y valorar la propia vida, adecuando lo que haga falta para restaurarla.  
 
Todo ello en camino para lograr la vida plena y feliz que se desea.  





jueves, 30 de julio de 2020

MIEDO AL AMOR



Si tras alguna experiencia de amor quedaste herido, puede ser que  lo temas.  Que en el fondo desconfíes y te dé miedo el compromiso, la implicación,  la posible falta de reciprocidad,  el "dar más de la cuenta" sin seguridad plena por la otra parte. 
 Pero el temor aquí supone una emoción desviada,  que impide desplegar el amor, profundizarlo y conocerlo de cerca.  Para que fructifique hay que amar el amor,  confiar en él.  Vale la pena el riesgo, aprenderás mucho (del ser humano, de la vida) y crecerás como persona.  
Hablamos de todo amor:  pareja, amistad, filiación, fraternidad, caridad...

En el amor de pareja puede ocurrir también que,  sin ir suficientemente a fondo, confundamos enamoramiento con amor:
El amor pide salir de uno mismo  y el enamoramiento  facilita  e impulsa esta salida de sí  hacia el otro amado.   Si el movimiento es correcto, la persona, sin proponérselo expresamente, aprende a dar lo mejor de sí.    El que se siente amado, si le complace,  se mostrará receptivo para recibir el amor y saldrá de sí para amar a su vez.   
Aprenderán ambos a ampliar la propia perspectiva con la perspectiva del otro,  creciendo y enriqueciéndose mutuamente.
Pero el enamoramiento no es amor.   

El amor real,  ese que  que se hace sólido y que dura en las parejas, será justamente lo que queda tras el enamoramiento primero, y se asienta en la confianza, el  respeto mutuo, aprecio y valoración;  la mutua comprensión,  diálogo,  empatía,  cercanía emocional,  cariño, bienestar junto al otro,  actividades compartidas. 

Si alguna salida de sí hacia otro no fue bien y no halló respuesta justa, el corazón podría replegarse  para no resultar herido de nuevo.
Pero la experiencia de amar y  sentirse amado resulta indispensable para el ser humano,  su desarrollo,  maduración,  su realización personal.    Y su importancia comienza desde su primer respirar en este mundo al nacer,  la aceptación o rechazo de sus progenitores o entorno más cercano,  el amor recibido en primera infancia.   Quien sufre carencia en etapas iniciales, tan vitales, fácilmente tendrá problemas, en su vida adulta, de seguridad en sí mismo, confianza en los demás, relaciones interpersonales y de pareja.    

El amor en el ser humano y sus sociedades es el cementante básico que nos mantiene unidos, cercanos, solidarios: sostiene estructuras familiares, grupos de afinidad profunda, solidaridad y, obviamente, parejas que buscan discernir juntos el futuro de sus vidas.  

Resulta fácil hablar de amor, pero difícil vivirlo con responsabilidad, fidelidad y  compromiso.   Y quien lo consigue es grande,  porque se  sitúa en ese amor sustancial que está mucho más allá del sentimiento y se acerca a la intuición; está más allá del sentir, pero se alimenta de gestos cotidianos con naturalidad perseverante.  Supone por ello, más bien, un acto convencido de libertad:  quiero amar,  como actitud generalizada en la vida.  

 Esta clase de amor convierte en oro todo lo que toca.  

                                                                      

jueves, 18 de junio de 2020

CAER Y LEVANTARSE




No hay camino en la vida que no tenga dificultades y tropiezos.  Es lo normal y forma parte del aprendizaje  básico  para crecer y madurar,  aprovechando constructivamente el tiempo que pasamos en este mundo.  

Si te has propuesto logros personales, profesionales, relacionales,  o metas de otro tipo,  ten siempre presente que el fracaso resulta  aleccionador.   Grandes personas de la historia, que hicieron avanzar el mundo,  aprendieron una y otra vez de sus errores, sabiendo que equivocarse forma parte de la vida y que,  además, la construye.  

Decía Albert Einstein que quien nunca cometió un error jamás intentó algo nuevo.  Ralph Nader asegura que tu maestro es la última equivocación que tuviste y Skinner,  investigador incansable de la mejor Psicología experimental, que sabía mucho de aprendizaje por "ensayo y error", decía por experiencia que ... el verdadero error es dejar de intentarlo.  
Sí, cada yerro conlleva una clave de éxito y enseña cosas muy valiosas. 

Así,  si tropiezas y caes, por debilidad propia o por circunstancias de la vida,  no pasa nada, nunca pierdas la ilusión ni la alegría por retomar el camino, mantenerlo con constancia y lograr tus  metas.  

Y si tropiezas siempre en la misma piedra, no te desanimes, tampoco pasa nada.  Trabajarás el autoconocimiento y el realismo (una percepción correcta y objetiva de la realidad).   A continuación,  entrenarás  la perseverancia, esa gran virtud que,  junto con la  paciencia,  suponen  la clave escondida, el soporte silencioso del triunfo mejor logrado.  Añade a ello motivación, alegría, entusiasmo, gratitud,  esperanza.  

Y otro pequeño secreto para no caer en el cansancio,  la amargura o el estrés, cuando todo tarda mucho y se hace dificultoso, largo y pesado alcanzar tus objetivos:  disfruta del  camino.