Sabemos lo que cuesta controlar algunas emociones, y según las circunstancias, podemos, equivocadamente, reprimirlas sin más. Es necesario saber soltarlas, encontrarles alguna manera de salida para que no nos dañen. Nos va en ello la salud y también la calidad de vida y relaciones. La idea de ventilar sugiere, correctamente, sacar algo de lo escondido y reprimido al exterior, para que circule el aire, despida malos olores impregnados y se sanee al mismo tiempo. Su aprendizaje debería comenzar desde la infancia.
Ya sabemos que las emociones que no son buenas ni malas, suponen el resultado de la interacción del organismo con el entorno y tienen una función primaria adaptativa, es decir, preservación de la vida; tienen tres sistemas de respuesta, a través de los cuales se expresan: subjetivo-cognitivo (sentimientos, sensaciones); expresivo-conductual (conductas y actitudes); fisiológico-adaptativo (stma. nervioso central o periférico). Pero tienen también funciones sociales (comunicarnos, solidarizarnos) y motivacionales (conseguir objetivos, imprescindibles, que acompañan la vida y las relaciones humanas).
Si se reprime alguna emoción y no se expresa, buscará otro nivel de respuesta para hacerlo, produciendo una sobrecarga que puede dañar el organismo físico o psicológico, por eso es tan importante una adecuada gestión de las emociones cotidianas.
La ventilación emocional es una técnica psicológica que ayuda a reconocer y ser conscientes de las emociones reprimidas para que no nos dañen. En tiempos de pandemia, con situaciones muy estresantes para muchos, hay que tenerlo en cuenta, no dejar que se acumulen represivamente y se cronifique el malestar.
En primer lugar, hay que concienciarlas e identificarlas y, una vez halladas, buscar vías de canalización que las expresen adecuadamente y las desahoguen, de manera inocua, festiva o constructiva: puede ser contando lo que nos pasa a un amigo o profesional; escribiendo, imaginando un cuento, una narración; puede ser pintando o dibujando simbólicamente lo que se vive; o bien, una danza expresiva u otro ejercicio físico que descargue toxinas emocionales acumuladas.
Por otro lado, hay que aprender a relajarse convenientemente y a respirar hondo en todas las situaciones de la vida.
Concluimos la importancia de aprender a expresar, de alguna manera, las emociones, dejarlas fluir sin tropiezos, aprendiendo a canalizarlas, convenientemente, pues de ello depende, en gran parte, la calidad de nuestra salud física y mental.
Acercándose las fiestas Navideñas, aun siendo tan distintas y especiales este año, aprovechemos un poco para aparcar la negatividad y dejar aflorar los mejores sentimientos, la esperanza, la solidaridad, la alegría y el cariño familiar, aunque sea en la distancia. El mero ejercicio de intentarlo sinceramente nos hará sentir mejor.