Enamorarse, vivir de amor y acampar en él ( en-amorar), como actitud básica en la vida, supone dotarla de un especial dinamismo anímico espiritual. Porque enamorarse, aunque lo entendemos siempre referido a alguien, una persona, puede orientarse también hacia cualquier situación o actividad que nos embelese, que nos haga felices, que nos permita sacar, casi sin darnos cuenta, lo mejor de nosotros mismos:
Enamorarse del lugar que habitas, de la familia, de tu grupo de amigos, del trabajo que realizas, del paisaje que asoma por tu ventana; enamorarte de la primavera, del verano, del invierno o del otoño. Es decir, adquirir esa mirada que ve, que se fija, que aprecia, valora y agradece. Una mirada enamorada selecciona la magia escondida en lo más insignificante y anodino de la existencia, su valor, el tesoro que muchos son incapaces de apreciar. Y se nutre de ello para alimentarse y crecer.
La oxitocina, una de las hormonas del amor, genera sensaciones de satisfacción, calma, seguridad, y en sinergia con la dopamina y serotonina, demuestran que el enamoramiento reduce el estrés crónico y la probabilidad de enfermedades cardiovasculares, mejora el sistema inmunológico y produce efecto analgésico al liberar gran cantidad de endorfinas que reducen el dolor, revitalizan y alejan la depresión; el amor relaja y embellece, aumenta la autoestima, mejora el sueño y el descanso, rejuvenece, pareciendo quitarse años de encima; la calidad de vida se optimiza de manera significativa y suelen apreciarlo los demás.
Con lo cual, enamorarse debería ser un estado crónico del alma, vale la pena. Mediando una mente razonable y sensata, el enamoramiento potencia la alegría constructiva y la autodonación.
Y no es cuestión solo de afecto y sentimientos, sino una realidad que copa el ser, lo dinamiza, lo impulsa y lo lanza hacia el Bien, en una eclosión de energías positivas que fecundan todo lo que rozan.
Podemos enamorarnos profundamente de esta vida, centrados en lo esencial y dejando en segundo plano lo accesorio: se puede tocar el cielo y pozar allí la luz, la confianza, la esperanza y la alegría para vivir la tierra que toca a cada uno en esta vida.
Si nos enamoramos del amor - que hallamos en lo insondable de nosotros mismos y nos informa de trascendencia y eternidades -, podremos reconocerlo en el fondo de lo que acontece, de los demás, de todo lo que existe; disfrutaremos un filón inagotable de la energía más poderosa, valiosa y saludable de la existencia; nos ayudará a sentirnos en com-unión con el Universo entero, a la par que descubrimos nuestra Identidad más honda, íntima, real y verdadera.
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