La célebre frase de Schopenhauer lo dice todo. En realidad, la suerte de cada cual depende mucho de cómo jugamos las cartas que nos tocan, es decir, de actitudes que condicionan todo. Hay situaciones azarosas que no podemos controlar, pero otras suponen oportunidades que no podemos desaprovechar, y hay trabajarlas a favor nuestro.
Ante lo que no puedes cambiar, si cambias la mirada, todo cambia.
La vida necesita flexibilidad, capacidad de adaptación y consciencia de un mundo difícil en el que también se mueve mucho potencial generoso y bueno, que debemos detectar e interactuar con él para emerger su beneficio.
Nuestras creencias condicionan realidades que creamos: si pensamos que el mundo es injusto, adverso y cruel, se reflejará en el rostro y el entorno agredirá nuestra hurañez. Si entendemos que el mundo alberga también bondad y alegría, comprensión y amor, tal certeza brillará, secreta, en la mirada, y las cosas buenas nos encontrarán. Será siempre la mejor jugada por muy modestas cartas que tengamos.
La actividad consciente, despierta, positiva, atrae las mejores energías de la vida, de los demás. Sus actitudes se asientan en una gran virtud, que siempre cabe aprender en la vida: Confianza. La confianza despeja caminos y corazones, acepta lo que hay, pero sabe esperar, sabiendo que las cosas pasan y en un momento puede cambiar todo. No hay bien ni mal que cien años dure reza un acertado refrán castellano.
Confianza que no abre quizás la puerta que deseamos, encuentra multitud de ventanas para dar salida y compensar.
No creamos tampoco pasivo el confiar, sino activo, dinámico y responsable, comprometiendo con coraje actitudes, conductas concretas que nos benefician y mejoran la vida propia y de los demás. Y con la humildad de nuestros posibles limitados, confiar lo que falta en el fluir vital de una existencia que día a día nos sostiene y nos alienta.
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