martes, 15 de noviembre de 2016

PERDÓN TERAPÉUTICO





Misericordia  y perdón  se entienden a veces  como una actitud de simple condescendencia, emocionalidad débil, bondadosa y facilona  ante toda calamidad (sufrimiento o error humano...).   Muchos  lo  asocian  con poca energía de carácter  y con un "buenismo"  sentimentaloide  falto de autocrítica   y realismo.    En realidad,  la "misericordia"  así  percibida  quedaría  en sentimientos de superficie que consuelan  un incierto sentido de culpa  sin  alcanzar nunca el corazón profundo de la persona.
El caso es que misericordia y perdón,  vividos en su sentido más propio,  se dan la mano y  mejoran el tejido social humano:  cambian la mirada sobre el otro  legítimamente diverso,   tan frágil  como tú y  yo,  con posibilidad  de equivocarse igual que tú y  yo.

La misericordia es talante  de mente y  corazón,  comprensivo  y acogedor del otro;  lejos de ser fácil,   se hace cualidad recia y enérgica al tener que vencer las resistencias egoístas del yo.   Y resulta  "caldo de cultivo"  necesario para que el perdón auténtico pueda florecer  en situaciones de ofensa  y/o injusticia recibida.   Misericordia y perdón  son rasgos  propios  de personas fuertes,  no débiles. Te hará  falta mucha energía,  fortaleza y convicción para mantenerlos despiertos  y activos  en la propia vida.   Suele  llegarse a ello de manera natural cuando,  abriendo la mirada, seas capaz de percibir tu propio barro en  el otro  (no por encima de él);  conociéndote a ti mismo (limitaciones, yerros,  torpezas,  caídas...) y por extensión del propio yo,  te harás  experto en empatía  capaz de comprender la debilidad ajena y acoger a los demás.   Cuando las limitaciones personales y equívocos del otro te  hagan percibirlo enemigo sin causa razonable por parte tuya, sin dejar de protegerte,  sabrás aceptarlo y  perdonar.

La tarea  importantísima del perdón hacia uno mismo  (autoaceptación)  va forjando actitudes vitales en la persona ( confianza,  humildad, paciencia,  esperanza,  reconciliación) y  es bueno ejercitarse día a día: 

-En primer lugar,  has de ser consciente  del  malestar emocional  propio que puedas albergar,  intentando detectar  el "hilo conductor"  que lo provoca.  
-En segundo lugar,  una vez  localizado,  habrás de asumir la lógica (elemental en esta vida)  de que   toda  acción  conlleva  consecuencias;    aceptando  los efectos o derivaciones  de los yerros con responsabilidad serena,   tendrás a los errores  por maestros del futuro.   
-En tercer lugar,  hacer efectiva  la decisión misma  de perdonarse  porque necesita en ocasiones  grandes dosis de coraje y fortaleza.   Ni mucho menos supone, como decíamos,   justificación  o debilidad,   sino aceptación valiente de la realidad  con voluntad de aprender  del desacierto  y  el propósito firme de crecer con la experiencia.  

Cada átomo  de energía que malgastamos   enroscados alrededor del "yo" contemplando  nuestro remordimiento y  despreciándonos,   roba valiosas energías  constructivas  para  el  verdadero quehacer de aprendizaje  y crecimiento  que la Vida,  en crecimiento, imparable,   espera de cada cual.  
Toda persona tiene derecho a equivocarse:   ha de convencerse y aceptar que  es  "lícito"  errar,  tener fallos...  Incluso,  es bueno dar gracias  por ellos:  ayudan  a concienciar  la fragilidad  del ser humano  y  aceptarlo con humildad,  sabiendo que su experiencia madurará  un aprendizaje  enriquecedor y buena lección de vida.

Tras  el perdón a uno mismo se sitúa  el  perdonar  la vida,   aceptar sus circunstancias diversas (a veces difíciles) y  pequeñas contrariedades  cotidianas  con serenidad.   Si eres capaz  de una sonrisa valiente,  aún mejor (sabiamente se dice  "al mal tiempo, buena cara").   Se trata aquí de concienciar y asumir  que  no  siempre podemos controlar la realidad  y hay muchas cosas que, sin querer,   se nos  escapan ...
Con ello  prosigue la cura de humildad,  aceptación  de lo que hay  y  Confianza en  un Amor más grande  (de fondo)  que todo lo sostiene. 

Desde estos dos presupuestos  fundamentales,  (autoaceptación  y  aceptación de las realidades de la vida  en  ejercicio cotidiano),  brotará de natural  en ti   la acogida espontánea y aceptación  del otro,    un talante  sencillo y  "misericordioso"  capaz  de  perdonar  también desaciertos,  ofensas e injurias de los demás.  Adquirirás  conciencia clara y comprensiva de que el ser humano puede  equivocarse  y  no obrar bien;  que cada cual tiene condicionamientos  y problemas  que, a menudo, proyecta  en otros sin  discernir;    que  el que hiere y ofende suele ser,  a su vez,   alguien profundamente herido  que vuelca su inmadurez, sus problemas, su propia violencia..., sin calcular.  En el fondo,  el agresor injusto es el más triste,   desafortunado, "enfermo"  e involucionado   de todos. 

Cuando logres alcanzar conciencia de unidad y toda dualidad (equívoca)  desaparezca,  entenderás al otro como una "prolongación"  del propio yo   (que pudieras ser tú mismo en   circunstancias similares de vida,  condicionamientos personales y contexto)

El perdón resulta terapéutico porque es liberador.  El rencor,  la rumiación  odiosa y vengativa  son verdadero lastre y  tóxicos del alma:  mente,  actitudes, comportamientos resultan contaminados  amargando  la vida propia  y ajena (inocente).    No vale la pena odiar,  no es práctico ni  "desahoga" como se pretende.  El rencor enferma la vida  y  el mejor antídoto será  siempre la Reconciliación profunda y pacificada con todo:  con uno mismo,  con la vida,  con los demás.






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