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El caso es que misericordia y perdón, vividos en su sentido más propio, se dan la mano y mejoran el tejido social humano: cambian la mirada sobre el otro legítimamente diverso, tan frágil como tú y yo, con posibilidad de equivocarse igual que tú y yo.
La misericordia es talante de mente y corazón, comprensivo y acogedor del otro; lejos de ser fácil, se hace cualidad recia y enérgica al tener que vencer las resistencias egoístas del yo. Y resulta "caldo de cultivo" necesario para que el perdón auténtico pueda florecer en situaciones de ofensa y/o injusticia recibida. Misericordia y perdón son rasgos propios de personas fuertes, no débiles. Te hará falta mucha energía, fortaleza y convicción para mantenerlos despiertos y activos en la propia vida. Suele llegarse a ello de manera natural cuando, abriendo la mirada, seas capaz de percibir tu propio barro en el otro (no por encima de él); conociéndote a ti mismo (limitaciones, yerros, torpezas, caídas...) y por extensión del propio yo, te harás experto en empatía capaz de comprender la debilidad ajena y acoger a los demás. Cuando las limitaciones personales y equívocos del otro te hagan percibirlo enemigo sin causa razonable por parte tuya, sin dejar de protegerte, sabrás aceptarlo y perdonar.
La tarea importantísima del perdón hacia uno mismo (autoaceptación) va forjando actitudes vitales en la persona ( confianza, humildad, paciencia, esperanza, reconciliación) y es bueno ejercitarse día a día:
-En primer lugar, has de ser consciente del malestar emocional propio que puedas albergar, intentando detectar el "hilo conductor" que lo provoca.
-En segundo lugar, una vez localizado, habrás de asumir la lógica (elemental en esta vida) de que toda acción conlleva consecuencias; aceptando los efectos o derivaciones de los yerros con responsabilidad serena, tendrás a los errores por maestros del futuro.
-En tercer lugar, hacer efectiva la decisión misma de perdonarse porque necesita en ocasiones grandes dosis de coraje y fortaleza. Ni mucho menos supone, como decíamos, justificación o debilidad, sino aceptación valiente de la realidad con voluntad de aprender del desacierto y el propósito firme de crecer con la experiencia.
Cada átomo de energía que malgastamos enroscados alrededor del "yo" contemplando nuestro remordimiento y despreciándonos, roba valiosas energías constructivas para el verdadero quehacer de aprendizaje y crecimiento que la Vida, en crecimiento, imparable, espera de cada cual.
Toda persona tiene derecho a equivocarse: ha de convencerse y aceptar que es "lícito" errar, tener fallos... Incluso, es bueno dar gracias por ellos: ayudan a concienciar la fragilidad del ser humano y aceptarlo con humildad, sabiendo que su experiencia madurará un aprendizaje enriquecedor y buena lección de vida.
Tras el perdón a uno mismo se sitúa el perdonar la vida, aceptar sus circunstancias diversas (a veces difíciles) y pequeñas contrariedades cotidianas con serenidad. Si eres capaz de una sonrisa valiente, aún mejor (sabiamente se dice "al mal tiempo, buena cara"). Se trata aquí de concienciar y asumir que no siempre podemos controlar la realidad y hay muchas cosas que, sin querer, se nos escapan ...
Con ello prosigue la cura de humildad, aceptación de lo que hay y Confianza en un Amor más grande (de fondo) que todo lo sostiene.
Desde estos dos presupuestos fundamentales, (autoaceptación y aceptación de las realidades de la vida en ejercicio cotidiano), brotará de natural en ti la acogida espontánea y aceptación del otro, un talante sencillo y "misericordioso" capaz de perdonar también desaciertos, ofensas e injurias de los demás. Adquirirás conciencia clara y comprensiva de que el ser humano puede equivocarse y no obrar bien; que cada cual tiene condicionamientos y problemas que, a menudo, proyecta en otros sin discernir; que el que hiere y ofende suele ser, a su vez, alguien profundamente herido que vuelca su inmadurez, sus problemas, su propia violencia..., sin calcular. En el fondo, el agresor injusto es el más triste, desafortunado, "enfermo" e involucionado de todos.
Cuando logres alcanzar conciencia de unidad y toda dualidad (equívoca) desaparezca, entenderás al otro como una "prolongación" del propio yo (que pudieras ser tú mismo en circunstancias similares de vida, condicionamientos personales y contexto)
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