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La maduración evolutiva del ser humano parte, necesariamente, de la Autoaceptación: cimiento y escalón primero del recto amor a uno mismo. Sin autoengaños. A partir de ahí, ya se puede construir, potenciando lo mejor de sí y trabajando lo que nos pesa con reconocimiento sencillo y paciencia.
Albert Ellis, que llegó a ser considerado uno de los psicoterapeutas más influyentes de la historia, innovando con su apuesta racional (emotiva, cognitiva conductual) el mundo de la terapia psicológica, definía Autoaceptación : “ la persona se acepta a sí misma plenamente y sin condiciones, tanto si se comporta como si no se comporta inteligente, correcta o competentemente, y tanto si los demás le conceden como si no su aprobación, su respeto y su amor“.
Conseguir de manera estable este logro para la propia vida proporciona paz interior, serenidad mental y espiritual, liberando barreras psicológicas y sociales. Enseña el autoperdón, la reconciliación profunda consigo mismo y con los demás. Lo cual tampoco significa "aferrarse" a las propias limitaciones y carencias renunciando a moverse, crecer y evolucionar, pues como el mismo Carl G. Jung diría lo que aceptamos nos transforma, siendo la autoaceptación, por tanto, el paso previo para el cambio.
Por ello, la no aceptación de sí, como la resignación castrante y desesperanzada ante los propios fallos y carencias pueden convertirse en peligrosas zonas de confort de las que hay que liberarse. Una aceptación paralizante de las propias limitaciones nunca será verdadera autoaceptación, pues ésta siempre dinamiza. Como decía Donald Walters, encontrarás la paz, no escapando de tus problemas sino enfrentándolos valerosamente; encontrarás la paz, no en la negación, sino en la victoria.
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Hay que emplearse a fondo en todo ello y hacerlo valer, porque nos dará alas sin despegar de la tierra; volaremos sin renunciar al suelo que nos sostiene y necesitamos pisar con firmeza y convicción.
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