Tantas veces nos gustarían las cosas de una manera y parece la vida empeñada en no concederlo nunca. Y no hablo de grandes ambiciones, sino de la prosa sencilla, especialmente relacional y cotidiana de esta vida, en ocasiones difícil, complicada o poco grata.
Cuesta entender cómo si nosotros nos portamos razonablemente bien con las personas, por qué a veces nos ignoran; somos responsables y ellos no, amables, pero ellos tampoco... Se requiere respuesta para algo y nunca llega, confiar en alguien, pero no es posible.
O bien, a nivel particular, quieres dar siempre lo mejor de ti mismo y cuando menos esperas, salta algún resorte oculto, imprevisto, que te ensombrece el corazón y enrarece un ambiente delicado que pretendías especialmente cuidar.
Pequeños detallitos de la vida, sucesos o relaciones que dificultan las cosas y nos hacen acabar el día con el alma cansada y herida. Sentimos la tentación del bloqueo interior, mental y emocional, pasar y dar la espalda a todo.
La vida es maestra y también testaruda. En circunstancias adversas, suele querer enseñarnos algo, y repetirá situaciones similares una y otra vez hasta que aprendamos a superarlas... Al menos, con actitudes correctas. Un simple cambio de mirada nos hace relativizar muchas cosas y centrarnos en lo esencial, lo cual, a su vez y paradójicamente, suele ser clave para encontrar soluciones prácticas adecuadas en cada momento de dificultad.
Cuando la negatividad azota, oscurecemos la mente y corazón sin ver la cantidad de luz, bondad y bien que nos rodea. En estas situaciones, hay que reforzar, agradecidos, lo que sí tenemos y, haciendo lo posible por obtener lo que nos falta, relativizar lo que no esté a nuestro alcance.
Cuando son personas las que duelen, quebrando nuestra confianza y nos descolocan, el ejercicio de respeto ante la libertad del otro puede ser heroico. No sabemos lo que viven los demás, sus preocupaciones y condicionamientos, qué les impulsa a obrar de manera no prevista, no podemos poner al otro siempre bajo el punto de mira de nuestro control. Agradecemos las personas previsibles, porque se hacen confiables, ofrecen paz y seguridad. Pero hay que ofrecer espacios de aceptación y tolerancia para los que no son así, permitir sus procesos personales, procurando que no nos hieran ni afecten. Y, una vez más, reconocer y agradecer lo bueno que que sí nos aportan, que a veces queda oscurecido por lo que parece nos falta de ellos. En esos momentos, es todo lo que pueden dar, hay que aceptarlo y agradecerlo así.
Por parte nuestra, siguiendo la regla de oro de la convivencia humana, hacer nosotros por los demás lo que nos gustaría nos hicieran... y en general, paz-ciencia (con nosotros mismos y con todo). Seguir la vida, contando con aquello y aquellos con los que se puede contar, agradecer lo que siempre hay y está y prescindir, comprensivamente, de lo que en ese momento está en otra versión de su realidad.
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